Cansados
La recurrente idea de la decadencia atrae a quienes parecen pedir nuevas formas de despotismo
Recordábamos haberle leído a Fernando Savater, cuando se publicó a comienzos de los noventa el diálogo que Rafael Argullol y Eugenio Trías titularon El cansancio de Occidente, donde los pensadores barceloneses recogían sus preocupaciones con ánimo taciturno y visión más bien melancólica, que la ambigüedad del título invitaba a pensar que eran ellos, no Occidente, los que estaban o parecían cansados. La época se prestaba a establecer supuestos o reales paralelismos con el otro fin de siglo, del mismo modo que ahora es habitual la comparación con los años de entreguerras, y el propio Savater, ejerciendo de progresista ilustrado, se refería en otro artículo de esa época a los “pánicos finiseculares”, sugiriendo lo que podían tener de irracionales. Aún se vivía la euforia por la caída del muro de Berlín y la desaparición de las tiranías del Este, sobre todo en las repúblicas que las habían padecido, y en España los fastos del 92 cerraban una década en la que la consolidación de la democracia y la plena integración en la comunidad europea habían alimentado la precaria autoestima de los nacionales. Auspiciadas por la potencia dominante, las ensoñaciones sobre el fin de la Historia y el nuevo orden internacional no habían revelado del todo su inconsistencia, pero el súbito e insospechado desenlace de la Guerra Fría inspiraba en los apologistas del presente, como los llamaban Argullol y Trías, un optimismo desaforado. Si volvemos a aquella conversación, observamos que algunas de las ideas que manejaban eran poco novedosas, deudoras de la vieja crítica de la modernidad, pero en ciertos aspectos acertaban en el diagnóstico y puede decirse que no pocos de los síntomas que referían, como la indiferencia, la esclerosis o el hastío, siguen estando vigentes o incluso se han agravado. Otros, sin embargo, por ejemplo la inseguridad que nace de la desconfianza en los propios valores y a veces llega al autodesprecio, sean o no fruto del agotamiento, se han visto favorecidos por la reaparición de atavismos que parecían superados o por modas e ideologías que pasando por avanzadas son de hecho reaccionarias. Y por el mayor peso e influencia de naciones muy alejadas de esos valores, pues la recurrente idea de la decadencia es también promovida por quienes desde otros ámbitos –donde hubo también imperios y colonizaciones– detestan todo lo que Occidente representa, capaces por lo que vemos de atraer a los que entre nosotros añoran las soluciones autoritarias y parecen desear nuevas formas de despotismo. Diríamos que se aprecia en ellos lo que don Alberto Jiménez Fraud, en acuñación recogida por Aquilino Duque, llamó el cansancio de ser libres.