Canción a la Torre Mapfre

Yo seré tu caro poeta, y veré tu rostro soñador aún en el envés de la luz y de Tejares, en el borde de Triana

17 de mayo 2024 - 01:00

A ti, torre callada, compañera de mis años previos. Segunda carne rosa de Sevilla, tú alzabas a poniente tu corona blanca, tú ostentabas tu nombre encarnado, tú prestabas a la luz tus vidrios negros, tu pecho fuerte, tu firme planta. Buscabas el atardecer, engalanada de oro, cuando el sol remonta para morir después, en ardorosos alientos, el amplio abrazo del Aljarafe. Te sorprendía al alba la luz, recortando a tu espalda esta tierra de barro y naranjas, de estrellas y tenedores, pasando sus rayos fríos por tu nuca de hormigón y de fibra de vidrio.

Volvíamos de Huelva, de sus playas largas y atestadas, y al doblar del caracol la cuesta te mostrabas a lo lejos, hermana mayor de otros bloques, misterioso sepulcro de un rey antiguo, y sentía que al llegar me saludabas. En ti, en tu quebrada fachada, la aurora y los libros se inscribían como en una piedra mágica, la cama de mi cuarto, mis padres, el silencio de la noche y de la dormida mañana. Eras lo primero que buscaba en la curva de Camas, y tú me reconocías y disimulabas.

Hoy el día es para ti ya breve. Mañana te serán despojadas tu altura, tu nombre, tu cuerpo. Torres que desprecio al aire fueron, sombras que cobijaron, hoy son sólo recuerdos, memorias que al crecer mi vida con mi vida en la memoria crecieron. El aire que ahora respiro juega con tus esquinas, prefiere tu silueta al torso de la Torre Pelli, de la Torre Sevilla, del gigante de bronce que domina tus viejos reinos. Tus puertas y columnas no serán sino reliquias, tus mármoles y arcos destrozados, tu forma tan solo un hueco abatido de pena en el aire. Mezclarán tus despojos con las jacarandas, polvo púrpura, las buganvillas orgullosas, con las rosas adelfas y las varas de acanto, las orquídeas y las tipas y los olmos de Siberia, los jazmines y las palmas y las lantanas frugales. Y en el suelo, allí donde habitó tu sombra fresca, el sol barrerá tus cenizas, tus campos de soledad, tu recuerdo.

Torre Mapfre, brasa encendida, blasón de mi humilde escudo, Itálica chica, te llevarás contigo mi infancia y su paisaje, los días claros, la vida recién entendida, y aunque quieran quitarte tu nombre, tu recuerdo vivirá conmigo, yo seré tu caro poeta, y veré tu rostro soñador aún en el envés de la luz y de Tejares, en el borde de Triana, en el fondo del tiempo, tu voz sin voz me llegará en el viento, alejado del hombre y sus querellas, para envidia del mundo y sus estrellas.

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