La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La lluvia en Sevilla merece la fundación de una academia seria
TERMINÓ anoche una campaña –ya dijimos que insufrible– en la que la sensación principal es que hay –lo hubo siempre– mucho voto decidido tanto en el bloque de la derecha, que va por delante en los sondeos, como en el de la izquierda, que insufla ánimos con la manida frase –típica de perdedores– de que le darán la vuelta a las encuestas.
Son unas elecciones en las que el paradigma es el cambio frente a la continuidad. Y una parte muy significativa de los españoles optó hace meses por una de esas dos opciones. Si los sondeos aciertan, la voz colectiva de los españoles se inclina por decir cambio, pero está por decidir cómo. E incluso dónde.
Dicho de otra manera, si hay algunas dudas es para elegir a quién se vota dentro de cada bloque, más que en optar entre uno u otro. (Los sondeos sólo detectan movimientos interbloques en una dirección, de votantes del PSOE al PP, y en una proporción menor del 10%).
El movimiento intrabloque, empero, es más intenso y en él pesa el voto útil, sobre todo en territorios donde hay riesgo que una de las dos opciones no obtenga representación. Si siempre ha ocurrido en la izquierda, comienza también a pasar en la derecha, sobre todo en provincias con cinco escaños o menos a elegir.
Alberto Núñez Feijóo suspira por hacer un juego de espejos con la Andalucía de Juanma Moreno en el que la moderación que huye de Vox impulse la mayoría suficiente para gobernar solo. No es fácil: son 50 provincias y dos ciudades autónomas y España no es Andalucía.
Pedro Sánchez sueña con un resultado en el que PP y Vox no sumen 176 y reedite la mayoría Frankenstein, aunque el precio de sus aliados sea aún más alto.
Será el voto de los españoles el que les muestre la realidad, sea el cambio o la continuidad.
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