La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
Viajar en el puente festivo de la Inmaculada es comprobar el grado de crispación de camareros y clientes, que no se sabe si fue antes el huevo o la gallina. España comienza a perder el interés por la política en cuanto se encienden las lucecitas de las calles y hasta que perdemos de vista al rey Baltasar. Este año tendremos la excepción del debate parlamentario sobre la Ley de Amnistía del día 12, pero el suflé político baja mucho, muchísimo. Nunca se rebaja, en cambio, la ansiedad de tanto viajero que entra en confrontación con el sector servicios en días de supuesta relajación. En las redes sociales triunfa la cuenta de un camarero anónimo que denuncia las barrabasadas que sufren sus compañeros a diario tanto de los jefes como de una clientela cada vez menos selecta. El personal es capaz de ser paciente en una absurda cola para conseguir una mesa, pero en cuanto se sienta es como si hubiera tomado un carro de combate. Quizás lo mejor sea no viajar en los días en que todo el mundo lo hace, pero no siempre se tiene esa opción. La playa en junio es mejor que en agosto. Y en octubre no digamos, cuando la playa se convierte en mar. Pero las familias están sujetas a los calendarios escolares. En el puente toca convivir, soportar, aguantar, contenerse y, siempre, procurar mantener la amabilidad.
España embiste, lo tenemos claro. Sabemos que este país cambió de forma natural y reveladora el significado del “usted”, que pasó de ser tratamiento respetuoso a una verdadera amenaza. Ni los Paradores gozan estos días se esa clientela de antaño, que dejaba las habitaciones como si no se hubiera pasado por ellas. Se quejan de los camareros quienes los tratan como a vasallos. El camarero soporta unos niveles de presión parecidos a los de los profesores. Critican sus formas, pero ¿quién las perdió antes?¿Acaso no es el cliente el que estos días irrumpe en el hotel en lugar de tomar posesión de la habitación? ¿Usa el “perdona” para llamar la atención en lugar del “perdone”? El periodista Fernando Jáuregui publicó el primer día del puente en las redes sociales:“Yo no estoy allí. Me llama un familiar, que en Preciados no dejan pasar por aglomeración. Hogar, dulce hogar”. Quizás la masificación provoque una menor calidad de los servicios y, por tanto, una pérdida de la excelencia, todo lo cual sumado a la ansiedad por estar en la calle, consumir y escapar de la realidad cotidiana. Quienes sufren las consecuencias son camareros y profesionales del sector servicios. De la masa no se puede esperar nunca nada, dijo uno. Puente festivo, tensiones máximas. Jáuregui es la voz de la experiencia:dulce hogar. El nuevo privilegio es poder quedarse en casa.
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