La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Los caídos de la Sevilla de Oseluí
EN TRÁNSITO
ACABO de llegar con mis hijos de la Calle del Infierno. "Atrévete, Maxi Poder, Velocidad Límite", decía una atracción que parecía una especie de pulpo psicótico sometido a las descargas de una silla eléctrica. Al bajar, la cabeza me daba vueltas y tenía las tripas en el cogote, pero me he consolado pensando que así deben de sentirse los ministros de Economía que siguen haciendo su trabajo sin haberse vuelto majaretas (si es que queda alguno, claro está). Luego hemos ido al Súper Kanguro ("Máxima Sensación", "Máxima Locura"), y mientras dábamos saltos y girábamos y nos poníamos boca abajo, he caído en la cuenta de que no estábamos en la Calle del Infierno, sino en una réplica a escala humana de eso que se llama "el vértigo del poder". Si alguien se pregunta qué sienten los políticos cuando van de reunión en reunión, perseguidos por fotógrafos y traductores, le recomiendo que se suba al Súper Kanguro. "Prohibido saltar y soltarse de manos en las jaulas", decía un letrero. ¿Hay un lema mejor para definir la conducta de un político?
Pero lo mejor de la Calle del Infierno son sus infinitas sorpresas. El Tirachinas, que da saltos vertiginosos desde más de veinte metros, prohibía subirse a "embarazadas y a personas con dolencias de corazón y columna". El letrero no lo aconsejaba, sino que lo prohibía de forma taxativa ("Por su seguridad estamos grabando", advertía otro letrero), lo que hacía pensar que no sólo las embarazadas, sino también las personas con dolencias graves, sentían deseos de subirse al Tirachinas y arrojarse desde más de veinte metros, como hacían los inversores arruinados por la Gran Depresión del año 29. Confieso que he sentido un gran alivio al leerlo. Si hay embarazadas y enfermos del corazón así de temerarios (¡veinte metros!), está sociedad tiene reservas de coraje para salir de la crisis. A los nuevos consejeros de la Junta deberían haberlos llevado al Tirachinas antes de nombrarlos, a ver si superaban la prueba.
Otra de las atracciones, ya no recuerdo cuál, prohibía subir con "botellas u objetos contundentes", cosa notable si se tiene en cuenta que alcanzaba unas velocidades cercanas a los cien kilómetros por hora. Por suerte, la Súper Cazuela Cachonda ofrecía experiencias más serenas: "Para niños y mayores, que esto da gustito y no dolores", rugía una voz de rapero. Y el Súper Ratón Vacilón aconsejaba adquirir una "foto recuerdo a la salida". Lo hicimos. Y mientras la mirábamos, mareados y boquiabiertos, hemos descubierto qué clase de escalofrío experimenta un ministro cuando recibe en su despacho la última encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas. Y eso que todavía no habíamos llegado a la Montaña del Terror.
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