Caballero Máiquez

Se puede estar en desacuerdo con Vox, pero mientras personas como Enrique estén en sus filas algo noble y bueno latirá en su interior

Enrique García-Máiquez.
Enrique García-Máiquez. / EFE

14 de julio 2023 - 00:01

QUÉ se le ha perdido a Enrique García-Máiquez en Vox, partido del que es candidato independiente al Senado por la provincia de Cádiz? Todos sabemos de su conservadurismo militante, de su catolicismo tradicional –entre requeté y cristero–, de su afición a participar en las escaramuzas intelectuales de la guerra cultural (que haberla, hayla), de sus colaboraciones en medios digitales que Pedro Sánchez y Yolanda Díaz sueñan con cerrar amparándose en su peculiar, retorcido y cínico sentido de la libertad de prensa. Pero todos conocemos también que Enrique García-Maíquez es una persona sumamente cordial, educada y bienhumorada (algo que choca con el tono bronco de algunos cuadros y militantes de Vox); elegante y galante; comprensivo con los pecados de los demás e inflexible con los propios; finísimo poeta y aforista bajo la protección de san Dante; articulista que maneja como nadie el chestertoniano arte de la paradoja; esplendoroso y lúcido académico de Cádiz y el Puerto de Santa María (no sé si alguna más); lector oceánico que no discrimina por ideologías; antiguo alumno de la elitista Universidad de Navarra y profesor de instituto público comprometido como nadie con sus alumnos... Cómo narices, entonces, se ha enrolado en un partido que levanta tantas animadversiones, que te marca y señala socialmente, que te puede privar de esas prebendas a las que tan aficionados son los “de la cultura”, que provoca que cualquier cazurro te llame negacionista, terraplanista u otro de esos neologismos con los que se pretende callar a las voces críticas... Recientemente, Ignacio Ellakuría apuntaba en El Mundo a una mezcla de hidalguía e ingenuidad en la actitud de Enrique. Y algo de eso hay. Pero, sobre todo, García-Máiquez está enseñando con el ejemplo la que es la idea principal de su teoría de la nobleza de espíritu, esa que bien conocen sus privilegiados alumnos de FP: todos, incluso el último marginado de la última barriada, estamos llamados a ser caballeros, dignos príncipes de lo cotidiano, pero antes hay que recorrer un camino de perfección en el que la autoexigencia, el valor y la autenticidad son fundamentales. Vox es la cruz inevitable para García-Máiquez, el paso honroso, el enigma de la Esfinge, la prueba definitiva de su valor, su sabiduría y, sobre todo, su coherencia.

Es cierto que Vox es un partido con muchas aristas y con salidas de tono absurdas, pero mientras en sus filas figuren gentes como Enrique García-Máiquez algo bueno y noble latirá en su interior.

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