La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La sanidad funciona bien muchas veces en Andalucía
La ciudad y los días
VEINTIÚN policías heridos, quince rompecosas detenidos -tres de ellos menores de edad-, graves daños en el Ayuntamiento, cabinas destrozadas, escaparates de bancos y de comercios reventados -afanando de paso algún ordenador-, quema de las basuras acumuladas tras dos semanas de huelga provocando treinta incendios simultáneos que dañaron algunos vehículos: batalla campal en Alcorcón durante una manifestación convocada en defensa del carácter público de los servicios de recogidas de residuos urbanos.
¿La externalización de la recogida de vidrios, que estará a cargo de un organismo sin ánimo de lucro, y los despidos que puede provocar justifican esta barbarie? Desde luego que no. Nada, en una democracia, justifica el recurso a la violencia. Los sucesos de Alcorcón, como antes los de Burgos, poco tienen que ver con la crisis, el paro o los recortes. La violencia siempre busca excusas para legitimarse como respuesta justa e inevitable. Y se crece cuando tiene éxito. Que el Ayuntamiento de Burgos frenara las obras del bulevar parece haber dado alas a los violentos. Les ha dado incluso más que alas: la razón. Tira adoquines, quema, rompe y agrede, que algo conseguirás. Ante la violencia no se puede ceder.
No vale el argumento de las minorías radicales que se infiltran en manifestaciones pacíficas que todos, autoridades y manifestantes, esgrimen como sedante social. Las manifestaciones tienen servicios de orden que pueden impedirlo y es raro que se vean imágenes de los siempre mayoritarios manifestantes pacíficos enfrentándose a esas exiguas minorías. Leo que en Alcorcón se reunieron unos dos mil manifestantes y que los destrozos o los ataques a la Policía los protagonizaron unos 150 individuos. ¿2000 ciudadanos pacíficos no pueden impedir las tropelías de 150 violentos que, según se dice siempre, nada tienen que ver con ellos? No veo a los manifestantes pacíficos unirse a la Policía para impedir que esos pocos quemen, roben, rompan y apedreen. En cambio, caso de Burgos, hay ocasiones en que la presión de los violentos les viene bien.
Desde el asalto a supermercados a las batallas campales de Burgos y Alcorcón, pasando por los asedios al Congreso, el uso irresponsable de la crispación como arma política puede estar dando el indeseable fruto de que se considere legítimo el recurso a la violencia o se la exculpe como una reacción comprensible ante tanto sufrimiento. Preocupante.
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