La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Los calentitos son economía productiva en Sevilla
Sevilla/Desde que volvimos a vivaquear por las calles sin restricciones y el turismo llega en masa al aeropuerto por siempre de San Pablo y a la estación de Santa Justa, los sevillanos hemos perdido el Rinconcillo. Nos hemos quedado fuera de juego, como si el mismísimo Bilardo hubiera dado la orden a los guiris y en un “¡ahora!” todos se hubieran metido dentro aprovechando que los miarmas estábamos fuera. No es que haya cola para pillar mesa alta o baja, es que el personal aguarda desde mucho antes de la apertura. Un hecho insólito que solo apreciábamos en los años de la taberna de José Yebra, el hermano mayor de nuestro querido Ismael. Recordar al dermatólogo es releer mentalmente esos versos de Aquilino al Cachorro. Así mueren los hombres... Y así se nos fue Ismael, como el hombre que fue de la cabeza a los pies, ¿verdad Paco Gallardo? Pues a lo que íbamos. Uno sólo había visto esperar al tabernero en aquellos años en que los parroquianos de Pepe, porque tenía más parroquianos que clientes, deambulaban por los alrededores hasta que llegaba don José con el manojo de llaves, el pantalón de pinza y el chaleco de cuello de pico, subía la persiana y empezaban a entrar los clientes poco a poco, como en una cofradía que ralentiza la entrada para no dejar al paso de Virgen descolgado.
Ahora hay bulla en Gerona para entrar en el Rinconcillo, donde si te encuentras a un sevillano te toca una silla en la calle Rivero con derecho a catalejo para los días de Semana Santa. Hemos vuelto demasiado pronto a la vieja normalidad, me confesaba el lunes un empresario de la hostelería. No tenemos memoria, somos escapistas por naturaleza. Nos gusta la cola, esperar, seguir el criterio de Vicente, el que sigue siempre a la gente. Dudo que los turistas le sepan sacar el jugo a tan singular taberna, desde la que se puede rezar al Cristo de la Exaltación apoyado en la reja del hueco de fachada más próximo a Santa Catalina, se puede disfrutar del bello enlosetado de Tarifa y se debe admirar el mejor cartel de Semana Santa, compuesto por las estampas que adornan la vitrina del mueble de los cubiertos. A este paso tendremos que reservar en El Rinconcillo como en los mejores tiempos del Bulli, seis meses antes e ingresando una señal. Yo no haré cola, lo confieso. Demasiado tiene uno con pedir cita en el peluquero como si fuera el SAS de monseñor Aguirre. Hay que ser negacionistas de la cultura de la reserva. Hay que apostar por la improvisación, la espontaneidad y el dejarse llevar. Basta ya de llevarlo todo programado. Para cola... la de toro con patatas. Que es rabo.
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