¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
Nos decías que después de la pandemia cogerías un vuelo a Bora Bora, y nosotros no discerníamos si había algo de verdad en esa broma, si te habías informado de los vuelos, porque a Inés y a ti os apasionaban los destinos exóticos, eso de cruzar a la otra punta del globo. Contigo, con vosotros, hicimos algunos de los desplazamientos más emocionantes -Nueva York, Buenos Aires: y siempre volveremos en el recuerdo a pasear sus calles a tu lado-, pero no hay que mirar esas fotos para sentir que fuiste, también aquí en esta ciudad, un compañero de viaje generoso, atento, pero de ese viaje que no necesita tarjetas de embarque y que se llama vida.
La vida. Tú la definías, más de una vez nos hiciste esa descripción, con ese humor que gastabas siempre, como ese espacio que transcurre entre comidas, argumentabas que saciar el hambre era la satisfacción principal del ser humano, y todo lo demás era accesorio. Pero tu entusiasmo te contradecía. ¡Para ti eran importantes tantas cosas! La música, claro. Convocar ensayos, organizar conciertos, preparar un disco, antes con Blacanova, después con Martes Niebla y Beladrone, tus grupos. Algunos amigos ignorantes en la materia, los tenías, nos burlábamos de la emoción con la que podías hablar de guitarras o de pedales, como nos reíamos de los nombres imposibles de las asignaturas de las que dabas clase. Ahora sentiremos nosotros esa emoción, y desbordada, cuando escuchemos el álbum que ya había grabado Martes Niebla, y que conservaremos cuando salga como un patrimonio precioso en tu memoria.
También te interesaba la gente, te preocupabas por ella. Contabas que fuiste un niño gordito que no jugó en la calle y que veía la tele, pero, cuando tu fisonomía cambió y te convertiste en un hombre espigado, aún te encantaba desayunar viendo series ambientadas en institutos, como si no hubieses querido dejar atrás a aquel crío. Y tal vez como una consecuencia de esa soledad primera te gustaba juntarte con los parias, no en vano nuestra pandilla se llamaba (¿le pusiste tú el nombre?) Pandilla Basura. Cada año, cuando éramos más jóvenes y alocados, organizábamos una especie de concurso de popularidad para elegir al míster y a la miss Basura de este año. Entonces no lo sabíamos, pero tú eras una suerte de rey en aquel grupo: con tu voz sonora que se imponía en las reuniones, con tus desvelos para que todo el mundo se sintiera acogido.
Al final, este verano viajaste a Cerdeña, donde la odiosa enfermedad que te ha llevado empezó a dar la cara. A nosotros, que aún no nos creemos tu pérdida, nos gusta pensar que estás en Bora Bora, en una de tus escapadas exóticas, que volverás pronto. Y entretanto, los amigos sólo podemos decirte: Gracias por todo, Paco. Gracias por tanto.
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