¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
El placer de lo público
Ala Iglesia siempre se le achaca lentitud, tardanza en acometer cambios, una especie de velocidad palaciega que provoca no pocas veces desesperación. A esa carencia de velocidad se unen tópicamente la tendencia a la ocultación en la gestión y el estatismo en asuntos de moral. La noche del miércoles, cuando el protodiácono francés anunció al argentino Bergoglio, Roma y el mundo entero asistieron en directo a la voladura de algunos de esos estigmas que condicionan la imagen de la institución más antigua del mundo. Un Papa no italiano, por lo que se acentúa el alejamiento de la endogamia romana iniciada en 1978, cuando la primera sorpresa con aquel polaco que llenó los estadios de medio mundo. Un Papa americano, por lo que la Iglesia se abre hacia el mundo de forma clara, como en el abrazo que simboliza la planta arquitectónica de la plaza de San Pedro. Un Papa de 76 años, por lo que la Iglesia (el Colegio Cardenalicio) ofrece un mensaje de calma interior, de estar libre de cualquier posibilidad de miedo o inquietud ante un nuevo caso de Papa sin fuerzas. Ni la primera dimisión de un Papa en 600 años ha provocado la búsqueda de un pontífice mucho más joven que a priori supusiera la garantía de un pontificado largo.
El colegio cardenalicio sólo ha necesitado de dos días para demostrar que la Iglesia se rige por principios propios, con gran autonomía y sin importarle ni los hechos ni los análisis previos o posteriores.
La Iglesia mantiene su vieja simbología que sigue causando sorpresa en la era de las comunicaciones y las tecnologías (la chimenea, la liturgia parsimoniosa, el latín...) al mismo tiempo que demuestra que busca con independencia de criterio a quien cree que puede limpiar el Vaticano. El papa Bergoglio es el elegido para dar el vuelco necesario a la curia romana, aquejada por los escándalos y lastrada por las desavenencias entre dos personajes llamados a ser renovados: los cardenales Bertone y Sodano, secretario de Estado saliente y decano del Colegio Cardenalicio, respectivamente. En los primeros nombramientos de Bergoglio se verá hasta qué punto está dispuesto a romper el orden establecido y heredado que ha dado tantos quebraderos de cabeza al ya Papa emérito. La curia ha sido confirmada, pero se trata de un mero formalismo de días o pocos meses hasta que aparezcan las nuevas caras. El Papa Francisco tiene que gestionar al mismo tiempo toda la cuestión exterior, profundizando en las relaciones con otras confesiones. De hecho, a las pocas horas de su elección ya había tenido gestos en privado con el rabino de Roma. Está llamado a frenar la pérdida de apogeo de la Iglesia en Europa, donde se habla del eclipse de Dios y de su arrinconamiento de la vida pública. Bergoglio viene del fin del mundo, como él mismo dice, pero es que Iberoamérica en general tiene el mayor número de católicos en la actualidad frente a la Europa decadente o una Asia donde la Iglesia trabaja con las dificultades propias de las minorías. Por eso no extraña esa búsqueda en los confines del planeta, más bien ha sido una necesidad.
Bergoglio ha dejado clara la continuidad en la puesta en práctica de los principios del Vaticano II tal como Benedicto XVI ha insistido en su magisterio, sobre todo con motivo del Año de la Fe, con el que se conmemora también el 50 aniversario del inicio de aquel acontecimiento trascendente en la vida de la Iglesia y algunos de cuyos postulados siguen pendientes de una ejecución más profunda. A Bergoglio corresponderá seguir reforzando la figura del obispo como cabeza de la diócesis y la reforma de las congregaciones y dicasterios romanos para que trabajen al servicio de los obispos y no sean utilizados como instancias superiores y de mayor lucimiento. El Vaticano II también proclamó el laicado como primer agente de evangelización en el mundo, pese a lo cual la actual Iglesia sigue estando muy clericalizada. El sacerdote sigue pesando mucho, pero esta situación será difícil de romper sin laicos bien formados.
A buen seguro será un Papa muy viajero en el mundo globalizado, defensor sin complejos de los mayores ("La ancianidad es la sede de la sabiduría") y de continuos mensajes y ejemplos de austeridad espartana. Siempre ha sido del grupo de cardenales que se ha movido por Roma a pie o en vehículo sin chófer. Y los romanos saben bien que hay cardenales de gran cilindrada y cristales oscuros, y cardenales en soledad y de maleta en mano. Al pagar la cuenta de su residencia en la primera mañana como Papa, Bergoglio ha dado ejemplo, como dijo el portavoz Lombardi, pero también es sabido que quien paga descansa. Y quien paga es libre porque nada debe.
Y la Iglesia necesita de un Papa libre para esa gran renovación interior (que reclaman sus propios hermanos jesuitas) y para esa expansión exterior que sigue pendiente hacia Oriente. La evangelización comenzó en América hace 500 años. Y de allí procede el Papa que ahora habrá de invertir la dirección y llevar esa evangelización allí donde la helada espiritual no permite siquiera ser católico en libertad. Desde América pasando por Roma. Pero con Roma sola ya no basta.
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