La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La sanidad funciona bien muchas veces en Andalucía
Los nuevos tiempos
Regresé a Barcelona en aquel verano del noventa y dos para disfrutar de aquella eclosión de vida, entusiasmo y color que fueron las Olimpiadas. La banda sonora del Amigos para siempre me acompañó aquel verano en casa de mis tíos, entrando y saliendo para ir a la ceremonia inaugural de unos Juegos Olímpicos que insuflaban ánimos de unión entre las naciones, de internacionalismo, de amistad entre los pueblos que hacían aún más cosmopolita aquella ciudad española, Barcelona, que había sido bandera de modernidad en este país aletargado tras cuatro décadas de franquismo.
De todo aquel hervir de gentes y alegrías han pasado treinta años ya. Cuando vi lanzar al arquero la flecha encendida hacia el pebetero sentí por un instante que hay algo que nos sobrepasa como individuos a poco que nos juntemos y rememos en una misma dirección. Luego, todo ha sido ir cuesta abajo en una ciudad que tocó su cenit con la punta de los dedos transformada de arriba abajo, una ciudad condal que miró al fin a ese mar que siempre tuvo al lado y abrazó la modernidad poniéndola en los pináculos estilo Gaudí como estandarte de un país necesitado de lo nuevo.
Hemos cambiado mucho desde entonces. El ímpetu de las ideas con fuerza se ha desplazado del empeño colectivo que transforma incluso ciudades y paisajes urbanos a este debate estéril de identidades y géneros a la carta que se come gran parte de la financiación pública. La política dejó de articular discursos en busca de la prosperidad, enfangada en ver cómo empitonar al podemita o al de Vox, populismos extremos que se devanan a su vez los sesos construyendo catastrofismos o desenterrando los Belchite o los Paracuellos del Jarama que todos llevamos dentro como cicatrices siempre por curar.
Doy fe de que existió aquel hervir de gentes que aplaudían, mezcla de etnias y de idiomas que disfrutaba las hazañas deportivas en una Barcelona abierta y sin exclusiones. Hasta nos hizo creer a los ingenuos sin remedio que es posible apostar por todo lo que apunta a un futuro mejor. Todo sumaba y casi nada restaba. Brilló Barcelona y con ella brilló España con luz propia para luego irse apagando hasta esa débil luz que aún emite hoy, intermitente, casi exangüe, a la espera de que cesen las pugnas por ver si esa tenue llum dará más luz bajo los escombros o ya nunca, ya no.
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