Notas al margen
David Fernández
El problema del PSOE-A no es el candidato, es el discurso
Envío
CADA año, en Sevilla, se produce un aparentemente extraño maridaje entre lo mejor del mundo académico y el del toro. La entrega de los Premios Universitarios de Fin de Carrera y la de los Trofeos Taurinos de la última Feria de Abril coinciden en un único y muy brillante acto organizado por la Real Maestranza de Caballería con la propia plaza, preparada al efecto, como singular escenario.
No sé quién tuvo la en principio chocante idea de semejante confluencia, pero lo cierto es que, fueran cuales fueran los motivos que la guiaron, acertó de lleno. Tiene algo de mágico y mucho de simbólico ver a los laureados jóvenes que hacen la primera salida por la Puerta del Príncipe de sus vidas compartir ese día, que este año será mañana viernes, con quienes cotidianamente se la juegan para alcanzar, ellos también y con la mayor dedicación y sacrificio, la gloria y, si es posible, la fortuna. El triunfo, en el toreo y en el estudio, requiere siempre de apuesta fuerte y riesgo vital, de ruptura de inercias, de rebeldía frente al toro negro y tuerto de la mediocridad. Es maravilloso -¡qué bien le salen esas cosas a Sevilla y a la Maestranza!- ver hechos añicos los bovinos clichés de lo políticamente correcto que establecen barreras y trazan callejones en los que todo es puntilloso, previsible, sin gracia, mortalmente aburrido.
Este año el Rey presidirá el acto. No fue infrecuente la presencia de su padre en él, pero lógicamente esta es la primera vez que lo hará Felipe VI. Todos tenemos presente, a flor de piel, el incalificable ultraje de Barcelona que la cobardía ha dejado del todo impune. El aplauso que en Sevilla le recibirá tendrá, pues, mucho de desagravio ante la incuria de la casta política, ensimismada en sus vergüenzas. Estudiantes, toreros y maestrantes -¡qué partida guerrillera de las de 1808 saldría mañana de esa plaza!-, le dirán con su aplauso armado al Rey que España no ha muerto ni ha dejado de ser del todo. Una buena cuestión sería saber si don Felipe y ese inevitable entorno mediocre, del que ningún rey se ha librado, seguirán creyendo luego que todo es cuestión de apretar los dientes, aguantar la infamia y mirar tristemente al cielo negro, a la nada, como en Barcelona. ¡Qué hermoso sería un Rey asomado de una vez al sol de España, que le hablara como a una novia, como a una madre! Y que ésta le escuchara.
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