La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
El mundo woke (vulgo progresía) ha resignificado a la muñeca Barbie. El icono con el que empezó la hipersexualización de la infancia y la reducción de las neuronas de sus usuarias ha devenido en símbolo feminista (¿hay alguien que se atreva ya a no serlo?). Recuerdo con cierto regodeo la llegada de las Barbies al mercado español, con sus tetas, su culazo y su cintura de avispa; su cabello de peluquería y sus modelitos horteras. La turbación era natural. Como todos los niños de la Transición me había criado con las Nancys de mis hermanas, mozalbetas algo entradas en carnes que vestían tajes de primera comunión o modelos de un estilo hippie algo cateto y tardofranquista. A las Nancys se las miraba con la inocencia de la EGB, a las Barbies con el brillo del primer y urgente deseo.
Barbie, lo saben bien, se ha convertido, gracias a una película que está arrasando en las taquillas, en un auténtico fenómeno sociológico. Cada época tiene sus heroínas y las de la que nos ha tocado vivir es una ex rubia de bote que encuentra el camino de la perfección y empoderamiento. Fenómenos como Yolanda Díaz se comprenden mejor a la luz veraniega de este acontecimiento. Nuestra todavía vicepresidenta es la punta de lanza de la Barbie-Política en España, una mezcla de sentimentalismo progre, medidas populistas, moralismo de garrafa y obsesión castradora. Como envoltorio, el celofán de la moda, los outfits sobreactuados, los selfies de cara a la posteridad.
El mundo que triunfa tanto en las taquillas como en la política, la jaula de cristal en la que nos quieren encerrar, es este maniqueísmo de género de hombres malísimos y mujeres buenísimas que rezuma la nova Barbie, un rosa-populismo que le niega toda legitimidad y soberanía a lo colgandero. Quizás, como dicen algunos ilustres y queridos amigos, estos son pensamientos de “periodistas ultras” y deberíamos abandonarnos al pink-power, alimentarnos de nubecitas y automutilarnos en el altar de la gran Barbie regidora. Pero es ya demasiado tarde para los que nos educamos con juguetes bélicos, los geyperman de la Guardia Montada del Canadá y los sapos y culebras del capitán Haddock. Me temo que muchos nos aplicaremos un pin parental.
Sólo tengo hijas y soy el primer defensor de sus derechos. El mundo es de ellas. A mí que me den. Pero por nada del mundo me gustaría verlas convertidas en Barbies, ni de las antiguas de lentejuela y mononeurona, ni de las nuevas vestidas de amazonas con el kit de podar capullos de rosas.
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