Notas al margen
David Fernández
El problema del PSOE-A no es el candidato, es el discurso
Es evidente que la erosión de la Monarquía es uno de los objetivos del Gobierno. El sanchismo, adláteres y compañeros mártires no tragan ni con el poder judicial ni con Felipe VI. Algún ingenuo puede que no se haya dado cuenta todavía, pero al Rey le han asignado dos banderilleros en sus dos últimos viajes fuera de España: la toma de posesión del nuevo presidente argentino y el funeral del emir de Kuwait. A la primera fue con un secretario de Estado y al segundo con un subsecretario. Las caretas están quitadas. El Rey molesta. Don Felipe ha sido colocado en el pimpampum de los políticos de esa izquierda que necesita cultivar el odio y el rechazo hacia sus particulares fobias (Iglesia, Monarquía, Patria, jueces fachas...). Pronto no habrá delito de injurias contra el Rey, pero se podrán organizar homenajes a los asesinos de ETA. Para cierta izquierda (queremos pensar que no es toda)ha llegado la hora de conseguir el sueño de derrocar al monarca, apostar por una laicidad extrema e imponer su visión excluyente del mundo. El sanchismo se pirra por degradar determinados escenarios. Ocurrió con la investidura fallida de Feijóo, a la que el presidente envió a Óscar Puente, el zascandil de las excursiones que se sienta en la última fila del autobús, el Luca Brasi de El Padrino, el malote de las series para adolescentes hormonados.
Ahora la degradación consiste en rodear al monarca de banderilleros en sus misiones fuera de España, como si no hubiera ministros. La mayoría estaban libres pata acudir a la presentación del segundo tomo de la biblia del sanchismo, echar la mañana entre risas y poses en esa primera fila del acto, pero ninguno podía arropar al jefe del Estados en dos naciones donde, por cierto, tenemos muchos intereses. El Rey tiene un papelón por delante no sólo porque tendrá que firmar la Ley de Aministía tapándose la nariz para evitar las náuseas, sino porque sufre ya todo tipo de desprecios, codazos y zancadillas de un Gobierno que vende su alma al diablo con tal de seguir en los puestos. Despreciar al monarca sale rentable para un Ejecutivo que necesita agitar sonajeros para que la atención se fije en otros asuntos. Cuanto más se hable de Felipe VI mucho mejor para un sanchismo que toma las instituciones sin complejos: desde la agencia Efe a la Fiscalía General del Estado, pasando por una ristra de organismos donde son colocados comisarios de la causa. Más le vale a don Felipe que no le pillen limpiándose las manos en el mantel. No le van a perdonar ni una. Está en el disparadero. Tiene el prestigio que a otros falta. Y eso genera envidia y lo convierte en moneda de cambio para contentar a los odiadores que sostienen al Gobierno.
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