Avenida paradise

Allí no se iba a disfrutar del séptimo arte, sino a echar un rato al aire libre y tomarse un tercio helado

El Triangulito

Un hombre con sombrero

La taquilla del cine de verano Avenida.
La taquilla del cine de verano Avenida. / DS

06 de junio 2024 - 00:00

LEO en las redes varios gorigoris por el cine de verano de Tomares, fin de raza de una manera de concebir el ocio nocturno del tórrido verano sevillano. Yo, la verdad, no lo frecuenté mucho. No me gusta viajar. Pero sí fui un parroquiano asiduo del ya también difunto Cine Avenida, en la calle Pagés del Corro, con una de las mejores selectas neverías de la ciudad. Nunca he vuelto a probar tercios de Cruzcampo tan fríos (por cierto, ¿qué se fizo de los viejos tercios?) ni tomates aliñados tan sabrosos. Y acudía como había que acudir a aquellos cines de verano: sin mirar la cartelera, pusiesen lo que pusiesen, normalmente una película de reestreno de calidad más que dudosa y en unas copias que parecían haber sido arrastradas previamente por algún salvaje del Far West. Allí no se iba a disfrutar del séptimo arte, sino a echar un rato al aire libre después de una tarde infernal, a tragar cerveza y fumar con los amigos. Y si había novieta, pues al cine con ella. Y si además la película era potable, pues eso que uno se llevaba a la recalentada casa. Pese a que fui cientos de veces apenas recuerdo ningún título. Quizás el Drácula de Coppola, pero el sonido era tan malo que solo se escuchaba una inmensa psicofonía que parecía surgida de los mismísimos infiernos. La vimos como una película muda, pero tapándonos las orejas.

Ahora, voy a los cines de verano de las instituciones públicas (son los que quedan) a ver clásicos o películas sesudas. Y eso está bien. Las copias son buenas y se entienden los diálogos. Elevan el nivel cultural de la ciudadanía. Por ejemplo, en uno de esos pases pude ver El delator, una película que filmó John Ford en 1922, protagonizada por putas y miembros del IRA. De las buenas. Pero si en el Avenida hubiesen puesto una antigualla en blanco y negro como esa, probablemente el público hubiese lanzado contra la pantalla sus botellas de birra y sus paquetes de Kelia. Allí lo que se aplaudían eran las apariciones de Julia Roberts y Kim Basinger.

Ya esta más que dicho que el fin de los cines de verano comerciales tiene mucho que ver con los nuevas formas de consumo cultural y el aire acondicionado. Ahora la gente se queda en casa viendo una serie de Netflix. Nadie quiere aguantar al ordinario de su vecino, ni las sillas de hierro, ni las imágenes rayadas o los sonidos chirriantes... Sin embargo, todos sabemos que perdemos mucho: el placer de la intemperie en una noche de verano (ese líquido amniótico donde la felicidad es posible), la gastronomía barata y simple, el trato con los amigos... Es decir, perdemos la juventud irremediablemente. THE END.

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