Notas al margen
David Fernández
El problema del PSOE-A no es el candidato, es el discurso
Cuando un país es capaz de atontarse como lo ha hecho con el concurso de la canción que representará a Televisión Española en el Festival de Eurovisión es que algo está fallando en las profundidades de nuestro ser colectivo. Vale que estamos en unos tiempos líquidos en los que las redes sociales se han especializado en aborregar y en la que los trending se suceden unos a otros en cuestión de pocas horas. Pero cuando la discusión sobre si tal o cuál canción trasciende los límites donde debería estar y pasa a ser argumento de discusión política, en la que entran ministros y diputados y sobre lo que se pide explicaciones en las Cortes, es que hemos perdido el juicio. A uno, por generación, los de Eurovisión le suena tan lejano como intrascendente. Por las brumas de la infancia aparecen los tiempos del franquismo ya declinante cuando una tal Salomé agitaba los flecos de su vestido con Vivo cantando. O la épica de heroína nacional de Massiel con el La, la, la, que sólo era comparable con la del gol de Marcelino a la malvada URSS o las seis copas de Europa del Real Madrid.
Pero más allá de eso Eurovisión pasaba desapercibido año tras año, década tras década, salvo para los muy incondicionales de estas cosas, que haberlos los hay. Esa pasión que parecía haber entrado en los últimos años y que ha hecho explosión este con la bronca por el miedo a la teta y el pretendido oprobio a la cultura gallega no tiene una explicación fácil, más allá de la afición a la frivolidad que parece presidirlo todo. Esta frivolización tiene otra derivada especialmente preocupante: el desaforado interés que ha entrado por politizarlo todo, con la colaboración necesaria de los políticos. Es una forma más de populismo y de distraer la atención de los problemas que de verdad afectan a la vida de los ciudadanos.
Se hace populismo cuando no se sabe hacer otra cosa. La ministra Irene Montero, que ha sido especialmente activa en esta polémica, es un claro ejemplo de hasta dónde ese ha degradado el nivel de la política en España. Pero no es ni mucho menos el único caso. Échenle un vistazo, por ejemplo, a la campaña de Casado en Castilla y León, siempre con un ternero o un lechón como atrezo de sus intervenciones, o el tono de la sesión de control de ayer en el Congreso a cuenta de la reforma laboral.
Estas cosas son más trascedentes de lo que en un principio puedan parecer. Un país que se recrea en el atontamiento es un país débil. Y la debilidad termina pagándose.
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