La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La lluvia en Sevilla merece la fundación de una academia seria
La historia, ya lo notaron los griegos, tiene curiosos regresos. Si Joselito el Gallo construyó la desaparecida Plaza Monumental de Sevilla para hacerle la competencia al belmontista y maestrante coso del Arenal, mucho tiempo después el matusalén de los alcaldes sevillanos, Francisco Toscano, levantó en Dos Hermanas el Gran Hipódromo de Andalucía como réplica democrática y faraónica del más minoritario y encantador racecourse del Real Club Pineda. Hoy, de la plaza gallista apenas quedan un triste resto de su arquitectura en la avenida Eduardo Dato y un bar con su nombre, y ayer nos desayunamos con la noticia firmada por M. J. Guzmán de que el hipódromo de Entrenúcleos echa el cierre (al menos por ahora) debido a los problemas económicos que atraviesa la empresa que lo gestionaba.
El cierre del Gran Hipódromo de Andalucía es una mala noticia para los aficionados al turf (las carreras con apuestas) y para la economía de la provincia. Como tantas otras buenas iniciativas ha chocado con la frialdad de una Sevilla que, al parecer, sólo apoya con su presencia los centros comerciales y las procesiones. Quizás, al proyecto le ha faltado una figura legendaria de reclamo, como el hipódromo de San Sebastián tiene a Fernando Savater, el más entusiasta propagandista de las carreras; o el de la Zarzuela tuvo al duque de Alburquerque, una leyenda entre los jinetes europeos -Don Quijote, le llamaban en la muy hípica Inglaterra-, quien compitió en el Grand National y llegó a ganar una prueba de vallas a los 65 años.
Pero la malanueva de este cierre está amortiguada por la continuidad de Pineda, el hipódromo que con sus esplendores y baches ha continuado desde 1941 una tradición, la de las horse racing, que comenzó en 1861 en Tablada, antes de convertirse en aeródromo. Quien ha vivido una soleada mañana de carreras en Pineda sabe hasta qué punto el mundo puede ser un lugar agradable y colorido, como una pintura impresionista. Será por los brillos sedosos de las blusas de los jockeys, por el noble espectáculo de ver a un purasangre entregarlo todo en el sprint final, por el retumbar de las galopadas, por la emoción de apostar el aperitivo, por la arquitectura alfonsina de las gradas de hierro fundido (comprada al Jockey Club de Jerez) o por la moda angloanzaluza que porta la concurrencia… Será por lo que sea, pero el hipódromo de Pineda, el único privado que existe en España, tiene algo que no es fácil de conseguir: alma y estilo propio. No hay franquicia que pueda copiarlo. Este domingo, para evitar que el cierre de Dos Hermanas interrumpa el turf en Andalucía, el Ascot sevillano acoge una nueva jornada de carreras sin público debido al el virus. Hay cosas que siempre regresan, y las carreras de Pineda están entre ellas.
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