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Rafael / Padilla

Asco

28 de septiembre 2014 - 01:00

COMPARTO con mi colega Carlos Colón indignación y sentimiento: la actitud del PP ante el drama del aborto nos descubre una formación política sin valores ni principios, entregada únicamente a la tarea de conservar el poder. No es de recibo que, incumpliendo desvergonzadamente su propia palabra, convierta el cálculo electoralista en criterio decisivo a la hora de afrontar una realidad tan insoportable. Supone, además, una clara traición a su ideario y a sus votantes.

No comprenderé nunca la alegría de tantos ante la perpetuación de tal orgía de muerte. Pero, al cabo, éstos jamás me engañaron: por motivos que se me escapan, colocan la libertad de la mujer por encima de la vida del feto. Ellos, tan sensibles al sufrimiento de cuanto respira, dan por buena la masacre de millones de seres desvalidos, ignorados, sacrificados en nombre de lo que pomposa e infundadamente llaman progreso. No encuentro, por otra parte, causa coherente para enarbolar, en nuestra sociedad hiperinformada y sobrada de medios, tan siniestra bandera. Como bien afirma Colón, "que un feto sano se mate en el seno de una mujer sana sin razón terapéutica ni traumática presión social o económica es un acto bárbaramente innecesario y cruel". Es, pues, para mí, una frontera intraspasable, una de esas líneas rojas que delimitan mis convicciones: no prestaré mi apoyo a ningún proyecto que desoiga esa exigencia básica de mi noción de humanidad.

Hasta ahora creía compartir óptica con un partido político que decía entender la trascendencia del problema. Fueron ellos, el PP reinante, quienes buscaron mi voto con una promesa nítida: cambiar el modelo de la actual regulación del aborto. Está en su programa electoral del 2011 y suponía una esperanza cierta de corregir un disparate que ha derramado ya demasiada sangre. Imbécil de mí. A la hora de la verdad los números son los números y París bien vale una misa, aun negra.

No ha sido, me objetarán el primer extravío de la gaviota. De acuerdo. Aunque los otros, acaso por imprescindibles, no alcanzaron semejante nivel de repugnancia. Asco es lo que produce hoy una sigla que antepone sus opciones de victoria al sentir de un buen número de sus partidarios y, lo que es peor, a la esencia última de lo que proclama ser su pensamiento. Rajoy, el enigmático, ha tomado su decisión. Yo tendré todo el tiempo y el derecho del mundo, en las ocasiones que las urnas me vayan brindando, para tomar la mía.

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