Monticello
Víctor J. Vázquez
El auxilio de los fantasmas
PLEBISCITO: "Consulta que los poderes públicos someten al voto popular directo para que apruebe o rechace una determinada propuesta sobre soberanía, ciudadanía, poderes excepcionales, etcétera" (Diccionario de la Lengua Española, tercera acepción). El plebiscito que convocó Artur Mas para que los catalanes aprobaran o rechazaran la independencia de Cataluña arrojó este resultado: 48% a favor y 52% en contra. Todos los demás datos de la jornada del 27-S se prestan a interpretación, pero éste es incontrovertible. Hubo más votantes contrarios a la secesión que partidarios de ella.
La montaña parió un ratón. Todo el follón que ha liado en los últimos años Mas ha desembocado en una sola cosa: la constatación de que menos de la mitad de los ciudadanos electores de Cataluña -y menos de un 37% del censo de catalanes mayores de edad- respaldan un Estado catalán separado de España, y algo más de la mitad lo rechazan. Cualquier movimiento nacionalista sensato deduciría que con esos datos propios de una sociedad fracturada no es posible emprender un proceso de secesión. Cualquier líder político inteligente -algo más importante que ser astuto- pensaría que no es el momento de seguir adelante. Sencillamente, no hay masa crítica suficiente.
Pero no Artur Mas. Artur, que es un gran tramposo, ya había previsto la herida y se había colocado anticipadamente la venda. Le bastaría una mayoría absoluta de diputados en el Parlament favorables a la independencia para continuar con el procés. Existe: 62 parlamentarios de la lista en la que el presidente de la Generalitat va camuflado más 10 de la Candidatura de Unidad Popular (CUP) suman 72, cuatro más que la mayoría absoluta. Adelante, pues, con los faroles, aunque para eso haya que sepultar el pretendido carácter plebiscitario de los comicios. Los independentistas son menos que los unionistas, pero están más representados gracias a un sistema electoral que privilegia a las provincias menos pobladas.
Vale: recontemos escaños en vez de votos. ¿Está seguro Artur Mas de que todos los escaños independentistas son escaños a disposición de su proyecto y de su figura? Yo estoy seguro de lo contrario. Entre los 62 diputados de su coalición, Junts pel Sí, casi la mitad cuestionan su liderazgo, empezando por el número uno de la candidatura. Y los diez parlamentarios de la CUP -decisivos para conformar la mayoría y reelegirle como presidente- no lo quieren al frente del proceso soberanista.
Cómo podrían quererlo, si son su antítesis: la CUP es una organización de extrema izquierda, asamblearia, anticapitalista y antieuropea. A los efectos que hoy nos interesan, son partidarios de una declaración de independencia inmediata y de efectos directos. Su candidato a la Generalitat lo dejó claro una vez más, en la noche del domingo, en medio de una euforia desmedida (son el sexto partido de Cataluña, el último): lo que hay que hacer desde ya es desobedecer las leyes injustas que hacen a los catalanes pobres y miserables, vengan de Madrid o de Bruselas.
Nada que ver, pues, con la burguesía y la pequeña burguesía ilustrada que llevan el timón en el proyecto de Artur Mas. Sólo un exagerado pragmatismo ante un dilema crucial -o elegimos a Mas o seguimos como estamos- podría convencer a los sandalios que dirigen la CUP de que apoyasen la investidura del Astuto. Pero si algo no son estas gentes de la CUP es pragmáticos. Son idealistas, radicales y fanáticos. Veámoslo también desde la otra parte. Si el Estado catalán saliera adelante, su primer objetivo sería ser reconocido por la comunidad internacional y acabar imponiendo su presencia en Europa, pero ¿con qué cara iría a Bruselas un Mas que presidiría la Generalitat gracias a una CUP enemiga de Europa?
Y es que la victoria (escaños)-derrota (votos) de Artur Mas constituye un gran fracaso, creo que definitivo. Sus compañeros Junqueras y Romeva le jaleaban el domingo cuando exclamaba que "hemos escrito las páginas más gloriosas de nuestra historia" (es una pena que la mayoría de los ciudadanos de Cataluña no haya secundado esa gesta gloriosa...), pero ya están preparando su sustitución, quizás por alguno de ellos mismos. La necesidad que tienen de los votos de la CUP les ha dado la excusa perfecta para desembarazarse de Mas. Claro que no está claro que éste y su partido se resignen. A todo esto, resulta que además de declarar la independencia y gestionar la transición hacia ella la Generalitat necesita un gobierno. ¿Quiénes lo van a integrar?
Lo único que salva mínimamente los muebles de Artur Mas -el hombre que mientras más elecciones convoca menos diputados consigue- es que el bloque constitucionalista también está dividido. Vamos, que no hay otra mayoría parlamentaria posible. Es un problema grave, indicativo de que la situación de Cataluña no se ha despejado el 27 de septiembre. Un pequeño consuelo para Mas. Consuelo de simple, sí, pero ya advirtió en Galíndez nuestro añorado Manolo Vázquez Montalbán que "hay que ser algo simplón para ser nacionalista".
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