La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La Sevilla fina en la caja de Sánchez-Dalp
En estos tiempos de discusiones y posiciones ideológicas enfrentadas sobre la memoria y la historia, espero que exista unanimidad sobre la necesaria conservación de ese patrimonio de todos que suponen los principales archivos españoles. El Archivo Histórico Nacional en Madrid, el Archivo General de Indias en Sevilla, el Archivo de la Real Chancillería de Valladolid, el Archivo de la Corona de Aragón en Barcelona, el Archivo General de la Administración en Alcalá de Henares, el Archivo Histórico de la Nobleza en Toledo, el Archivo General de Simancas y el Centro Documental de la Memoria Histórica en Salamanca. Todos esos grandes archivos y la Biblioteca Nacional y otras más como la Biblioteca Colombina de Sevilla, así como los museos grandes y pequeños y todos los demás archivos autonómicos, provinciales y municipales o especializados, como los de protocolos notariales, etc…, sin olvidar los archivos de la Iglesia católica, todos ellos constituyen de manera real y efectiva la memoria de España.
Quiero expresar aquí mi gratitud a todos los documentalistas e historiadores que se sumergen en cajas y legajos para romper la ignorancia, eliminar lugares comunes erróneos y opiniones mal fundadas, al hacer públicos los datos originales incluidos en los correspondientes documentos cuidados en los archivos. Son trabajos y oficios desconocidos y mal entendidos en la sociedad actual de la inmediatez y por ello mal remunerados en general, cuando no están hechos por la pura vocación de conocer. Con rigor, con dedicación personal generosa, auténticos especialistas en muchos campos como la paleografía, para poder leer y descifrar la escritura antigua. He visto de primera mano la satisfacción de los investigadores cuando encuentran el dato concreto que respalda una hipótesis, deseada pero contenida hasta la prueba documental, o el hallazgo de la firma autógrafa estampada en un contrato que certifica la autoría de una obra de arte. O los programas de mano, manuales y textos que atestiguaban que durante la dictadura existió atención al teatro, como lo avalan las primeras representaciones en el Corral de Comedias de Almagro del Teatro Español Universitario dependiente del SEU franquista. Todo esto y mucho más lo he aprendido de mis apreciadas Mercedes de los Reyes y Piedad Bolaños y de mi fraternal colega Chus Cantero.
Una labor de muchas horas, a veces en lugares incómodos, y que afortunadamente una tarea en segundo plano de nuestras instituciones públicas a lo largo de las últimas décadas ha ido dotando de instalaciones adecuadas a la mayoría de estos archivos. Una cuestión que no suele estar en el centro del debate político y que no suele protagonizar las disputas de los presupuestos generales, pero que es de esas tareas que un Estado digno de llamarse así, tiene que hacer. Guardar, proteger, clasificar y poner al servicio de los investigadores los fondos y los edificios que los conservan. Gracias también a todos los funcionarios que lo hacen posible día a día.
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