La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
Asisto embelesado a la ensalada de textos que se le dedican a Luis Cernuda con motivo del sexagésimo aniversario de su adiós. Muerte azteca de un hombre que se exilió porque quiso, sobre todo por lo poco que le gustaba su universo en la Sevilla que tanto amor y repulsa le inspiraban. Vienen los papeles estos días recuperando la figura de un poeta que era de consumo exclusivo de exquisitos, de esos exquisitos que en todas las épocas caben en una berlina. Textos ampulosos muchos y rigurosos los menos, pero que nos acerca a una figura de obligado estudio para el buen conocer de Sevilla, que no era la eterna que tanto le chocaba, sino la real que tan pocos saben cómo es. Hace cincuenta años, un primo mío le puso Ocnos a su chalé alicantino y ahora creo que él era de los pocos que sabían quién era Cernuda.
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