La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La Sevilla fina en la caja de Sánchez-Dalp
Alos que militamos en un andalucismo más cultural que político nos ha entristecido la muerte de Salvador Távora, novillero, cantaor, dramaturgo… y sobre todo andaluz, que es en realidad de lo que ejerció este vecino viejo del Cerro durante toda su intensa y creativa vida. Desde su particularísima recreación de Carmen la Cigarrera hasta esa representación desgarrada de las cicatrices del pueblo en su mítico Quejío, su voz cálida de hombre de bien sonaba culta, digna, comprometida, universal aunque saliera de lo más hondo de la tierra, haciendo suya la frase célebre de Chejov, rescatada oportunamente para la ocasión por el profesor Isidoro Moreno: "Si quieres ser universal habla de tu aldea".
Mucho y bien ha hablado durante todo este tiempo (los cronistas suelen señalar los principios de los setenta, cuando se dio a conocer, aunque no debía serle ajeno lo mucho ya vivido hasta entonces) de su aldea, que se parece mucho a aquella que cantó Carlos Cano, la que quizá un día soñara Blas Infante, la de la crítica social y la eterna resignación, la que menos sale en las promociones autocomplacientes de las ferias de turismo. No es fácil articular un espectáculo del compromiso utilizando los resortes del folclore y la cultura popular, pero Salvador Távora tuvo el suficiente talento y la intuición del observador pegado al terreno para hacerlo. El sonido de las cornetas y los tambores en un funeral laico puede sonar excesivo, extraño, incluso extravagante, pero no lo es cuando complementa el genio del creador con la cultura del pueblo en su expresión más desnuda.
En estos tiempos donde el valor de la identidad popular parece perder peso en beneficio de otros ideales con más vocación de generalización en los comportamientos (cualquier día vemos correr toros por las calles de Sevilla, o hacemos festivo el día de don Pelayo…), nunca está de más poner en su justo sitio a quienes desde la única atalaya de su talento construyen un universo de mitos y sueños sobre los que seguir reflexionado. Aunque el mensaje suene algo desfasado, aunque la distancia ideológica nos lleve a valorar más las preguntas que las respuestas, hay algo en las propuestas de Távora que siguen llamando la atención del espectador atento. Quizá sea, esperemos que no, porque fue lo de los últimos en reivindicar como actual lo que para la mayoría sólo es cosa del pasado.
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