La aldaba
Carlos Navarro Antolín
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la tribuna
LOS datos, cuando se presentan como reclamo, resultan contundentes: más de un millón de andaluces son analfabetos o no disponen de estudios primarios completos. Así lo establece la última Encuesta de Población Activa (EPA). Pero importan, claro está, el análisis y el detalle. Ese millón pasado (1.011.100) de andaluces tiene dieciséis o más años y significan el 15% de las personas censadas en nuestra comunidad con esas edades. Las situaciones de analfabetismo, además, puede repartirse en dos niveles: el de quienes no saben leer ni escribir (271.600, 4% de la población referida), y el de los que no terminaron los estudios considerados básicos (739.500, 11%). Asimismo, en tal desamparo del analfabetismo están, sobre todo, andaluces mayores de sesenta y cinco años (633.500, el 63% del poco más del millón anterior), que, en su momento, no contaron con la oportunidad o las condiciones para recibir el gozoso bautismo de las letras. Y, de ellos, las mujeres se llevan la mayor parte porque duplican a los hombres en las tasas del analfabetismo más intenso.
En el otro extremo del nivel de estudios está la población que alcanza los universitarios o superiores: casi el mismo porcentaje que el de las personas con analfabetismo, el 14,5%. Pero las diferencias por sexo se invierten y las mujeres andaluzas con estudios universitarios (8%) superan a los hombres (6,5%). Puede traerse a colación, en este punto, la enésima estrategia de la Unión Europea para alcanzar objetivos que, las más de las veces, requieren prórroga. Es el caso de Europa 2020, una estrategia para el "crecimiento inteligente, sostenible e integrador" donde se formula el objetivo principal de alcanzar, al inicio de la segunda década del 2000, un porcentaje de personas de entre 30 y 34 años con estudios superiores completos, como mínimo, del 40% (actualmente, 21% en Andalucía para ambos sexos en esa franja de edad; con el 17% de hombres y el 25% de mujeres, por sexos en el mismo tramo).
Luego el analfabetismo es todavía una gravosa circunstancia con marca de sexo en las generaciones de más edad, aunque, con respecto a los estudios superiores, se acrecienta la presencia de mujeres andaluzas tituladas. Tal constatación, que se despacha en pocas líneas, dice tanto de lastres pretéritos, anclados en una consentida sociología de la desigualdad por razón de sexo, como de protagonismos ganados, no sin esfuerzo y tesón, por el empeño de las mujeres y el progresivo reconocimiento de la igualdad.
Para remediar el analfabetismo, la Educación Permanente en Andalucía dispone de una amplia red de centros y de modalidades de enseñanza donde, superado el pellizco de reconocerse huérfanos de las letras, muchos adultos mayores afrontan la valiosa empresa de leer y escribir y no pocos jóvenes la de completar la formación que no alcanzaron por el canto de sirena del abandono escolar, el empleo rápido y los sobrados billetes en el bolsillo, cuando la burbuja -ay de aquella metáfora del crecimiento desordenado- no hacía sino crecer antes de estallar. Y en esas aulas de personas mayores, generalmente mujeres, se gesta la complicidad entre quienes se afanan en la tarea de enseñar y quienes se aplican a las cada vez mayores conquistas y satisfacciones del aprender. Una de esas alumnas, ya metida en años de briega y faenas, reconoce, con la emoción en los ojos, su profundo y pleno gozo cuando ya no necesita que alguien le lea la correspondencia que recibe, sino que puede hacerlo ella misma con una íntima celebración.
Y nos queda decir algo de los superdotados, en esta dicotomía de analfabetismo y "superdotación". Bien miradas las cosas, ambas circunstancias son elementos de diversidad y el sistema educativo ampara esta última con un concepto, "necesidades específicas de apoyo educativo", en el que caben tanto unas causas: discapacidades, trastornos graves de conducta, dificultades específicas de aprendizaje, incorporación tardía al sistema educativo, graves carencias lingüísticas o en los conocimientos básicos, condiciones personales o de historia escolar; como otras: en este caso, las altas capacidades intelectuales. Ciertamente, el apremio de la diversidad "por abajo" ha pospuesto o reducido la atención al alumnado que presenta altas capacidades intelectuales, además de considerarse que las necesidades específicas de éstos se reducían por sus propios y especiales talentos. De tal modo que, sin una valoración temprana de esas situaciones, que está previsto acometer en la Educación Primaria, la "superdotación" intelectual puede acabar, en bastantes casos, como desajuste escolar.
Luego el sistema en que se formaliza la educación ha de afrontar no pocos retos que traen causa de la diversidad, para la que no sólo son necesarias, pero sí esenciales, las respuestas educativas.
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