La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
Misericordina
DÍA eucaristizado: la misericordia de Dios encarnada y desbordada. Templos abiertos y monumentos luminosos y amorosamente adornados para la ocasión y, como cirios encendidos, las mantillas primorosamente portadas nos evocan la solemnidad. El Amor de los amores escondido en el tabernáculo y los corazones postrados en adoración y silencio orante.
Mientras, en la calle, Pasión devuelve la serenidad en el alma a los pecadores arrepentidos y la Quinta Angustia sobrecoge descolocando todos nuestros cálculos y leyes.
Dos pilares de hormigón celestial sostienen el día: "Mandamiento nuevo y Servicio". La novedad no está en el amor: también el budismo lo proclamaba desde siglos anteriores y el islam lo recuerda siglos después. La novedad está en el "cómo", detalle que define la singularidad del amor cristiano y no de cualquier manera. La filantropía queda pobre y la solidaridad lo empequeñece. El amor "como yo os he amado" es de oblación y de entrega radical "hasta el extremo". También a disidentes y enemigos. Es la caridad perfecta.
Por otra parte, el servicio no es un rito sino un mandato divino cuando Nuestro Señor se postra ante sus discípulos como un siervo. Es el testamento que deja a su Iglesia y que es requisito sine qua non puede hacerse creíble ante sí misma y ante el mundo porque el discípulo no es más que su maestro. El amor y el servicio misericordioso son los que la hacen presente y no el ritual ni protocolo que tantas veces desdibujan la acción de Jesús elevando a categoría de estética lo que fue el anonadamiento total como consecuencia de la encarnación.
Día de honda oración, de intimidad y diálogo profundo de corazón a corazón. Día de desgaste de rodillas ante el Monumento. Qué bien lo recoge el Santo de Loyola, "en todo amar y servir", tal y como Jesús ordena en aquel primer Jueves Santo y en medio de la Cena Pascual.
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