Monticello
Víctor J. Vázquez
El auxilio de los fantasmas
CUANDO hablamos de la revolución industrial española pensamos rápidamente en Barcelona, Gijón o Bilbao. En estas ciudades imaginamos un mundo estudiado en los libros, parecido al de la Inglaterra de Dickens. Chimeneas entre brumas y lluvias abundantes, trabajadores, al alba, portando sus utópicos deseos de progreso social y el canasto del almuerzo, dirigiéndose presurosos y adormilados hacia la gran fábrica. La sirena, la electricidad, la cadena de montaje, la huelga. Luego, la noche se cernía sobre la barriada obrera, entre dos luces, cuando se desdibujan las formas y los pensamientos revolucionarios comenzaban a tomar cuerpo en el alma de los obreros.
Éste es también el caso de Sevilla que, de modo similar al de otras importantes ciudades españolas, hacia el último tercio del siglo XIX se debatía en un modelo de crecimiento de carácter dual en el que se podía observar la pervivencia de modos de vida y producción preindustriales, marcados por la primacía de los sectores agrario y ganadero, manteniendo sus estructuras de propiedad, herencia y producción tradicionales, pero en la que, al mismo tiempo, se iban inaugurando nuevas empresas acordes con las transformaciones industriales de su tiempo. En los pueblos regados por el Guadalquivir, también por el Genil, las turbinas y los generadores de energía hidroeléctrica sustituyeron a los antiguos molinos de dependencia monástica o señorial para proporcionar fuerza a los motores de las fábricas que lo requerían, al tiempo que proporcionaban las primeras luces a finales del siglo XIX a la Plaza del Ayuntamiento de la capital. El trasiego de las cigarreras, las casas de los trabajadores de la Real Fábrica de Artillería en San Bernardo, los obradores cerámicos de la vega de Triana, las elevadas chimeneas de Pickman, las ruidosas locomotoras en Plaza de Armas, el Muelle del Arenal invadido de mercancías, el sonido de las fresadoras y los tornos de la Fundición San Antonio en la calle de San Vicente, el alegre sonido de los distribuidores de cerveza Cruzcampo, el olor a carbón quemado en la Fábrica de Gas en el barrio de El Porvenir, la salida del trabajo del turno de tarde de la Fábrica de Vidrio La Trinidad en la industriosa avenida de Miraflores, el ruido de los motores de la Hispano-Aviación en Triana, y luego, el Cerro del Águila y la aventura de Hytasa, los astilleros al otro lado de la ría junto a la dársena del Batán y la nueva factoría de Altadis en Los Remedios, como industrias que marcaron un tiempo nuevo que transformó la ciudad gremial en una ciudad industrial.
Este proceso de cambios continuos qué duda cabe que contribuyó de una manera definitiva a cambiar la imagen de una ciudad que, en muchos aspectos, vivía sumida en el mito y la leyenda de un pasado esplendoroso, pero dormida ante una realidad dramática en su oferta de vivienda, en los mezquinos salarios y en la precaria alfabetización.
El patrimonio industrial sevillano constituye hoy un extraordinario yacimiento de recursos para la ciudad debido a la rica complejidad que lo constituye. Las razones de su interés son variadas y tienen que ver con la estructura histórica de la memoria de una comunidad (documento), con los valores de orden artístico asociados a las formas materiales de la industrialización (estética), con sus propiedades de eficiencia (formación), con su potencial de utilidad para nuevos usos (reciclaje) y con los sentimientos de autoestima y tradición concebidos como expresión sincera de los rasgos de un pueblo (símbolos).
Sin embargo, ante la alarmante desindustrialización de la ciudad, es necesario abordar el problema con el rigor y la urgencia que el caso requiere. Y la antigua factoría de Altadis puede jugar un punto de inflexión en este proceso desde una oportunidad estratégica de resiliencia, entendiendo este término desde su origen etimológico latino, de resilio-resilire, que significa volver a saltar, rebotar, reanimarse. Es decir, tratando de devolver a Sevilla su centralidad industrial a partir de las potencialidades de que dispone este conjunto industrial: su centralidad urbana, su arquitectura flexible, su imagen industrial, su valor paisajístico y su buen estado de conservación. Altadis es un ecosistema patrimonial que posee la capacidad de absorber los cambios que la industria y la ciudad de nuestro tiempo demandan: innovación, creatividad, participación, transferencia, gestión colaborativa, proyecto sostenible y regeneración urbana. Éste es el reto que el nuevo tiempo municipal y ciudadano tiene por delante. Sólo nos queda estar a la altura de las circunstancias.
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