Notas al margen
David Fernández
El problema del PSOE-A no es el candidato, es el discurso
El por tantos motivos admirable padre Mariana estuvo mordaz pero poco fino en su conocido juicio sobre Alfonso X, un juicio que ha marcado la imagen histórica del Rey Sabio: "Don Alfonso, rey de Castilla, era persona de alto ingenio, pero poco recatado: sus orejas soberbias, su lengua desenfrenada, más a propósito para las letras que para el gobierno de los vasallos. Contemplaba el cielo y miraba las estrellas, más en el entretanto perdió la tierra y el reino". Es corriente poner por las nubes las empresas culturales del rey y cargar la mano en sus fracasos políticos, que los tuvo; sin embargo, sus éxitos, que no faltaron, son mucho menos ponderados. Pese a ello, desde hace ya décadas, el mayor conocimiento de la personalidad del rey, de su reinado y legado, nos permite asegurar que Alfonso X fue una de las grandes figuras de un siglo, el XIII, que sobreabundó en ellas en toda Europa y es considerado el de la plenitud de la civilización medieval.
Creo que fue Nietzsche quien aseveró que el fracaso histórico de España consistía en que había querido demasiado. Esa ambición de propósitos es lo que en todo caso podría reprocharse también a Alfonso X: tener la vista puesta en las estrellas de los grandes empeños. Sus dos proyectos más queridos, la cruzada sobre el norte de África -el fecho de Allende- y la obtención de la corona imperial alemana -el fecho del Imperio-, quedaron en nada y pronto parecieron locuras de megalómano, pero uno y otro le vinieron prácticamente impuestos como heredero de la política paterna respecto al Islam y de la defensa de los derechos del linaje de su madre, Beatriz de Suabia, al Imperio. Esos fracasos a menudo ocultan su indiscutible genio y visión en la ideación de medidas inteligentes y novedosas para el gobierno de sus reinos, no siempre comprendidas entonces, pero aceptadas más tarde.
Mucho se ha hablado en estos días de su labor institucional y organizadora en Andalucía, de la que quizá fue verdadero padre en términos históricos, pues asentó las bases de su personalidad hasta hoy. Sólo por ella merecería que la Junta -todavía está a tiempo- hubiera dado a la conmemoración del octavo centenario de su nacimiento el rango que no está teniendo. No es admisible que una tal efeméride se diluya en los meandros de iniciativas locales, a veces de entidad académica poco consistente. Si no quieren hacerlo por el rey de León y Castilla, háganlo por el fundador de Andalucía.
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