¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
A menudo, una mirada externa nos ayuda a recordar quiénes somos; nos devuelve, como un espejo con el que nos topamos inesperadamente en un paseo, un reflejo en el que ya no nos deteníamos. Con la emoción de un reencuentro, de una revelación tal vez, sigo con interés dos cuentas en Twitter: las de Shawn Hennessey, una canadiense afincada en Sevilla que organiza estupendas rutas gastronómicas, y Christian Machowski, un alemán que después de residir en Reino Unido casi un cuarto de siglo se instaló en Málaga. Uno valora mejor el patrimonio culinario del entorno al observar las asombrosas tapas que comparte la primera: la calidad de la materia prima, la creatividad con la que los cocineros la abordan, componen un paisaje reconfortante. Machowski, por su parte, fotografía una Málaga hermosa que conserva aún su esencia, su encanto originario, pese a la voracidad con la que el turismo la transforma. En las imágenes de ambos asoma una tierra hospitalaria, amable, un lugar que invita a quedarse, una estampa casi en las antípodas de esa visión amarga con la que nos contemplamos -como ciudades sucias y ruidosas- a veces en el sur.
Estoy viendo estos días José Andrés y familia en España, una serie que forma parte de la oferta de HBO, en la que el cocinero recorre algunos escenarios de la Península Ibérica y se desplaza también a Lanzarote. José Andrés y sus hijas prueban las tortillitas de camarones en Sanlúcar, el atún en Barbate, la mazamorra en Córdoba, la fabada o el queso Gamonéu en Asturias, la paella y el esmorzaret en Valencia, las papas bravas y los churros en Madrid. El chef se entusiasma hasta el extremo de asegurar que los españoles lo inventamos todo, inventamos la pizza (identifica en la coca valenciana su precedente) y la cerveza, pero emociona el orgullo con el que ese hombre enseña a su descendencia sus raíces. El programa tiene una fotografía colorista y muestra una versión luminosa de España, entregada al disfrute de los sentidos y la buena mesa, quizás como realmente somos y hemos olvidado que éramos. Uno termina los episodios y concluye que, pese a esa hostilidad y ese cainismo que imperan en el debate político, somos un país esencialmente alegre, un pueblo que planta cara a la adversidad con una actitud vitalista y esperanzada.
Acompañando a la familia de José Andrés en su viaje albergué una convicción que he tenido esta Feria de Abril: la sensación de que debemos conservar ese rasgo tan nuestro de la alegría. Es la gente que sonríe, la gente que se aferra a la vida, la que nos cautiva. Intentemos mantener ese buen ánimo, prolonguemos la Feria por un tiempo. De todos nuestros rostros, mostremos el más afín a esta primavera.
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