La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
Hace muy bien el alcalde en proponer una subida de precios en la visita turística al Real Alcázar. Oseluí quiere que se paguen 2,5 euros más por una entrada general que pasaría a costar 17 euros. La gran novedad es que dará derecho al servicio de audioguía. La entrada de jóvenes y mayores pasaría de siete a ocho euros. Se estima que la recaudación aumentará en dos millones de euros. El Real Alcázar es un monumento rico sin necesidad de una actualización al alza de las tarifas. Es probable que la mayoría de los sevillanos desconozcan que se trata de una envidiable fuente de ingresos, una suerte de cuerno de la abundancia para las arcas municipales, un colchón seguro en las cuentas del Ayuntamiento. Por eso Monteseirín fusionó en su día el Alcázar y la Casa Consistorial en el mismo patronato, porque era consciente de que el primero generaba y genera una gran cantidad de recursos con los que se podían pagar las costosas obras de mantenimiento del edificio noble de la Plaza Nueva. Aquella decisión derivó en la dimisión de la ex alcaldesa Soledad Becerril como consejera del patronato al entender –con buen criterio– que la recaudación del Alcázar debe revertir en su conservación. Hoy no parece que el Alcázar reciba todas las atenciones que debe y que, además, se puede autofinanciar al estilo de la Catedral gracias al modelo que concibió el canónigo Francisco Navarro en el pontificado del cardenal Amigo.
Algunos recordamos una entrevista a Miguel Ángel Tabales, siendo director José María Cabeza, en la que comentaba que trabajar en el Real Alcázar era como estar en la Italia del Renacimiento: restauradores trabajando en cada palacio y proyectos de investigación y conservación en marcha. Ahora, con mucho más dinero en el banco y más tecnología, todo aquello parece perdido. Es de esperar que el equipo actual, que no lleva ni un año al frente del monumento, tenga claros algunos criterios que ya se pudieron ver con Román Fernández-Baca, al que sin duda le faltó tiempo. Urge un plan director, un esquema de gestión más próximo al de la Alhambra, un protocolo de medidas para reducir el estrés de un monumento sometido a miles de visitas y cientos de eventos. Y todo ello sin olvidar restauraciones pendientes como la tapia de los Jardines de Murillo, la gestión de las casas del Patio de Banderas o el sótano arqueológico de este mismo espacio. El Alcázar es una mina y una joya. La visita bien vale los 17 euros que plantea el alcalde. Es una propuesta razonable. Pero acto seguido hay que dar un impulso a la gestión e invertir en el monumento la mayor parte de los recursos que genera. Seamos agradecidos con el Real Alcázar.
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