La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
En Sevilla hace calor, mucho calor, desde que Julio César tuviera la magnífica idea de fundarla a orillas del Guadalquivir. Es una obviedad del tamaño de la Catedral. Pero también lo es que las cosas están cambiando y lo hacen rápido y a peor. Negar a estas alturas que el calentamiento global es una realidad es taparse los ojos. Semanas como la que acaba de terminar y la que tenemos por delante, con el termómetro resistiéndose a bajar de los cuarenta, van a ser cada vez más frecuentes como lo van a ser las lluvias escasas pero muy intensas. Un catedrático de la Universidad de Sevilla comentaba el otro día en una reunión informal que nuestro clima se parece cada vez más al que puede haber en los grandes estados semidesérticos del sur de EEUU, como pueden ser Arizona, Nevada o Texas. Y esas no son buenas noticias. No lo son porque las consecuencias de todo orden, tantos económicas como sociales, perjudicarán a Sevilla, que será un lugar menos atractivo para vivir o trasladarse. También porque desgraciadamente, nada podemos hacer para revertir desde aquí un fenómeno que es global. En él incluso pueden influir otros factores al margen de la intervención humana y del fracaso de las sucesivas cumbres internacionales que se han convocado para regular las emisiones de gases de efecto invernadero.
Lo único que le cabe hacer a una ciudad condenada a pasar calor durante muchos meses al año es prepararse para, en lo posible mitigarlo. Eso significa árboles, sombras, fuentes... Parece que en los últimos años hemos entendido el mensaje al revés y Sevilla se ha puesto, gracias a sus sucesivos ayuntamientos, a crear secarrales al sol como la Avenida de la Constitución, plazas duras de las que huyen hasta las lagartijas y nos hemos dedicado a talar árboles sin ton ni son como se va a hacer en Tablada o se hizo en la calle Almirante Lobo.
La cuestión no es para tomársela a la ligera. El alcalde Antonio Muñoz, que lo sabe, ha corregido este año el desastre que fue en el anterior la instalación de toldos en las calles comerciales y está dispuesto a comprometerse con la defensa del patrimonio vegetal de la ciudad, cada día más deteriorado incluso en nuestros parques más emblemáticos. El problema de la sombra y de la defensa contra las altas temperaturas es tan importante que en la escala de las competencias municipales se podría equiparar al de la suciedad en las calles. Los dos requieren de medidas urgentes y los dos tienen soluciones que nunca serán totales ni fáciles. Ya se sabe que en una ciudad de todo lo que no funciona se le echa la culpa al alcalde y en Sevilla a la queja recurrente de alcalde, las calles están muy sucias vamos a sumar ya de alcalde, hace mucho calor.
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