La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La Sevilla fina en la caja de Sánchez-Dalp
Salgan los serenos a hacer la ronda por las calles del centro, sea un éxito la iniciativa y se extienda a los barrios. No pare la brigada anti-cachivaches de limpiar la vía pública de estorbos para el paisaje y para el peatón, como los alguaciles despejan el piso de la plaza antes de la salida del toro. Intervengan los agentes de Lipasam contra los grafitis que ensucian los muros de los edificios, las persianas de los comercios y los pedestales de los monumentos. Acierta el gobierno de la ciudad cuando apuesta por tres iniciativas que supone luchar contra los particulares tormentos de Sísifo de una gran ciudad. Y pierde las fuerzas y el criterio cuando gasta dinero público en Halloween o en contratar pinchadiscos para la inauguración de un alumbrado laicista. El Ayuntamiento no tiene que ejercer de animador ruidoso de la piscina de un macro-hotel de la costa en agosto. Ningún alcalde se equivoca cuando vuelca sus esfuerzos en fortalecer la infantería municipal: agentes de limpieza, conductores de líneas urbanas, policías locales, mantenedores de colegios, reparadores de baches, etcétera. La política municipal es sencilla si se tienen algunas ideas muy claras, pero muy compleja cuando los alcaldes se meten en fregados que no les corresponde, como ocurrió en los años del cuerno de la abundancia, cuando todo pueblo con aspiraciones quería tener polideportivo, centro de interpretación y una sede de verano de una universidad. Procure el señor Sanz dejar una ciudad mejor de la que se encontró el pasado julio. Si el día de mañana, cuando haya otros alcaldes, es recordado por los serenos y la limpieza, no sería en absoluto una mala señal. De un alcalde al final quedan dos o tres detalles. Y a veces ni eso, pero no daremos nombres que estamos en las fiestas de la paz, la armonía y la concordia, que diría el laico de guardia. ¡Más serenos, Oseluí! ¡Más chorros de agua a presión contra las pintadas! Y si es posible más taxis y más plataformas reservadas para que los autobuses vayan más rápidos.
Un sevillano agradece mucho más que los servicios municipales funcionen y que sus lugares de siempre no sean invadidos por hordas que el supuesto renombre que adquiere la ciudad por hacer de plató de televisión. Sevilla funciona cuando la infantería lo hace. El brillo de los Grammy engorda en el fondo las cajas de las multinacionales, nos deslumbran con los focos hasta perder el juicio y sirve para que los pocos de siempre, caballitos fijos del tío-vivo de la farándula, sean los únicos invitados. Nunca olvide el alcalde a la sufrida infantería. Apostar por ella es acertar. Y así se prestigia de verdad el sillón de la Plaza Nueva.
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