La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La sanidad funciona bien muchas veces en Andalucía
Análisis
CASI 115 años de vida, y resulta que el cine consiste (únicamente, al parecer) en "seguir contando historias y emocionar al público, sacarlo de la (hoy crítica) realidad cotidiana un par de horas para imaginar mundos mejores". Fueron ésas las palabras de la presidenta de la Academia, portavoz una vez más del incombustible espíritu de la institución que representa, fue el discurso de la autocomplacencia y el corporativismo en unos tiempos de crisis a los que se quiere buscar como única culpable a la insidiosa piratería. Toda autocrítica queda, lógicamente, para otro momento, que aquí estábamos de fiesta y con invitados de lujo: Penélope Cruz y Benicio del Toro no dieron muestra alguna de albergar ninguna duda sobre el motivo que los tenía allí sentados. Habían ido a recoger su premio a cambio de poner un poco de glamour de importación y dar juego al guionista y al realizador de la gala.
Muestra de su pluralidad y discernimiento, los académicos (o sea, los profesionales con carné del cine español) decidieron que Camino era nuestra mejor película de 2008. O la menos mala. Efectivamente, se trata de los mismos académicos que el año pasado jugaron al despiste premiando una cinta tan diferente y arriesgada (hay quien piensa que arremeter contra el Opus Dei es un riesgo) como La soledad, de Jaime Rosales, espejismo que algunos cinéfilos inquietos se creyeron al menos durante un par de semanas. Con la película de Javier Fesser, de la que la productora Mediapro está haciendo gran carrera política en tiempos convulsos para la oposición, la Academia vuelve a recolocarse en su horizonte, que no es otro que el de preservar y dar brillo a un único modelo de cine industrial financiado por las televisiones, cada vez más alejado de toda tradición nacional, imitativo de fórmulas ajenas, oportunista en sus temas y destinado a públicos uniformados que aún resisten (todo sea por la cultura) ante la mala prensa de nuestros titiriteros. En todo caso, y a pesar de su irritante maniqueísmo, Camino apunta al menos una cierta voluntad de escritura que, aunque emparentada con los excesos y melindres de la estética Amèlie, es preferible al aséptico e inerte academicismo de Los girasoles ciegos, diana a la que fueron a parar los dardos envenenados de la profesión después de que los Oscar levantaran la veda al excluirla de su quinteto de finalistas de habla no inglesa.
Escaleras arriba y abajo y mutis por el foro, entre chistes reguleros e interminables cortes publicitarios, tan sólo los vídeos paródicos, anticlimáticos y chanantes de los chicos de Muchachada nui le dieron algo de sentido a una gala tan anodina como la de cualquier otro año. La pandilla de anti cómicos de Albacete fue la única en tomarse el asunto con las suficientes seriedad e incorrección como para poner a la profesión en su sitio con ese inteligente delirio dadaísta que los ha hecho tan grandes.
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