Adoctrinando

Legiones de ofendidos de guardia se escandalizan ante películas, libros o programas de TV que rechazan frontalmente

05 de febrero 2024 - 01:00

Leo y escucho con frecuencia airadas soflamas que denuncian el adoctrinamiento social en el que al parecer vivimos inmersos. Según cuentan, se nos inculcan ideas erradas y peligrosas usando todos los medios posibles de propaganda: cine, televisión, prensa, literatura… Y me sorprende que se denomine adoctrinar a la mera exposición de ideas diferentes, sean o no mayoritarias. En cambio, a ninguno de los exaltados denunciantes le parece que se adoctrine a nadie cuando son sus ideas las que se exponen.

En democracia no parece posible adoctrinar a nadie cuando las libertades de expresión, opinión y culto se siguen ejerciendo con normalidad y cada uno de nosotros es dueño de ver o leer lo que le plazca. El discernimiento nace de conocer al otro. Legiones de ofendidos de guardia se escandalizan ante películas, libros o programas de televisión que rechazan frontalmente, cuando no exigen su retirada. ¿Y qué razones arguyen? Que son obras ideologizadas. Como si fuera novedoso. Un artista siempre transmite en su obra, consciente o inconscientemente, su concepción del mundo. Lo conseguirá o no. Tendrá más o menos éxito en la ejecución, pero siempre plasmará su percepción personal de la realidad que le rodea, su aspiración ideal o la contraposición entre ambas. En caso contrario, ¿de qué serviría el arte? Si no remueve sentimientos y conciencias, será vano el esfuerzo del artista. Es ridículo rechazar una obra sólo porque su autor piense distinto. Es más enriquecedor conocerla y analizarla críticamente porque puede reafirmarnos en nuestros principios, descubrirnos realidades desconocidas, abrirnos una ventana que nos haga ver el mundo de modo distinto o entender el porqué de otros planteamientos. También, ideas aparte, una obra puede ser formalmente impecable y magnífica a la vez que ideológica, moral y políticamente reprobable y hasta perversa. Basten como ejemplos Leni Riefenstahl o Eisenstein.

Hay que enfrentarse al mundo con racionalidad, curiosidad intelectual y honradez. No tenemos la exclusiva de la verdad y por tanto, enriquece escuchar otros argumentos y conocer otras ideas. Es más, hay que profundizar en el conocimiento del adversario. Es imposible rebatir las propuestas de otros si no nos preocupamos por conocerlas y analizarlas. El precio de no hacerlo es condenarse a vivir en un mundo maniqueo donde importa más quien hace o dice algo que qué practica o defiende realmente.

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