La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
Sevilla/Hay otoños que anticipan el invierno de algunas vidas y de los negocios. Los buenos negocios son al fin las personas. Y se mueren como ellas. Sevilla es una ciudad en que un buen día miramos al cielo y resulta que han quitado el Giraldillo sin previo aviso. También en la que paseas y confirmas que el persianazo de aquella taberna tan agradable no era por obras, sino por cierre; que en aquel local de prensa anuncian una serie de cajeros ATM para visitantes, que en la panadería del barrio de la que el dueño se murió irá una consigna de maletas y que en la camisería de toda la vida se dice que abrirá un chino. Hay una ciudad que está terminando de pasar página a toda una época. Cuando nos demos cuenta los años noventa estarán a punto para una serie de La Sevilla de ayer y hoy, de aquellas que firmaba Nicolás Salas. En los estertores del otoño perdimos al escritor Antonio Burgos, por el que se ofició una misa el pasada sábado en la Capilla de la Carretería. No era hermano, ni falta que le hizo. De alguna manera, como le gustaba decir con su particular sentido del humor, era un carretero sin carnet, de corazón, de niño de toda la vida en el Arenal. Y ese mismo otoño, en silencio y con discreción, cerró la zapatería de la familia, la que abrió nada menos que en 1947 en plena Avenida de la Constitución, justo enfrente de la Catedral. O como dicen muchos sevillanos, “frente por frente”. ¿Cuántas generaciones de pequeños sevillanos se han probado zapatos en sus asientos? “¿Tiene usted el calzador para el niño, por favor?”.
Los calzados escolares con cierre de velcro, los de la primera comunión con borlas, los de charol para la niña, los castellanos que sirven para monaguillo y paje en Semana Santa, los de flamenca.... Recordamos a doña Pilar Belinchón sentada en la caja al frente del negocio con toda diligencia como no se ve ya hacer a un dueño. Pendiente de que nadie se fuera sin ser atendido en la bulla de los sábados de aquellos años ochenta y, por supuesto, de que los niños no se fueran sin la pelota de regalo que traían los calzados de la marca Gorila. Los tiempos soplan en contra de muchos negocios familiares. El mercado del calzado no es el de hace veinte o treinta años, como no lo es el de los muebles, por poner solo un ejemplo. Y las personas tienen derecho a la jubilación. La ciudad pierde alma sin sus negocios propios. Por fortuna se mantiene el Calzados Catedral de la calle Cerrajería gracias a Pilar Rodríguez Burgos, nieta de la fundadora. Ojalá de todos esos negocios perdidos nos quedara un buen botón de muestra y no solo unas fotografías en sepia. Sevilla entra de lleno en la etapa de los excesos y el feísmo. Aquí nadie se queda. La que lleva más siglos es la Virgen de los Reyes, la vecina más antigua.
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