La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La sanidad funciona bien muchas veces en Andalucía
Después de 15 años del feliz invento, reciclado de la pájara deportiva, pasada la travesía del desierto de ediciones de infausto recuerdo, conseguida para Sevilla la gala de los Premios del Cine Europeo de los que tal vez usted no haya oído hablar nunca, el SEFF ha cumplido sus objetivos, que pasaban por el vínculo cordial y el interés recíproco con las instituciones oficiales de la cosa, la difusión masiva de la actualidad cinematografía del viejo continente y la consolidación de un público que, por un módico precio, acude a las salas independientemente de lo que pongan.
Más allá de los altibajos de calidad de la cosecha de cada temporada que inciden en el nivel general, la floja edición de 2018 ha dejado además síntomas de un cierto ensañamiento en su calculada y excesiva apuesta agitadora, social y crítica, también en su equilibrismo por mantener las obligadas cuotas de corrección política, elementos que no hacen precisamente un favor al espectador local, ese que engrosa cada año las estadísticas del éxito, a la hora de ahuyentar prejuicios sobre lo que es realmente el cine europeo, mucho más heterogéneo, generoso, delicado e incluso vitalista y libre de lo que la deriva agorera de la programación puede hacer pensar.
Tampoco las principales retrospectivas invitaban a la invasión de las salas, la mitomanía o el descubrimiento de la perla escondida: ni Enyedi, ni Stöckl, ni el bueno de Andersson, a quien cualquier espectador con algo de memoria ha podido seguir en la cartelera o en este mismo festival, parecen nombres de suficiente peso para celebrar más allá de una discreción divulgadora. Sobre todo pensando en lo mucho y bueno que aún queda por reivindicar y después del deslumbrante ciclo dedicado a Reis y Cordeiro en 2017.
Y muy corta, casi anecdótica, se nos queda cada año esa sección Tour/Detour destinada a la recuperación de clásicos modernos en copias restauradas, tal vez el objetivo pedagógico más importante de todo festival que se precie de querer establecer un verdadero diálogo entre sus espectadores, el presente y la historia del cine europeo.
Dicho esto, y cumplido un ciclo, parece que ha llegado el momento de replantearse esa E europea del SEFF para abrir, airear y expandir el certamen hacia el cine internacional, como vienen haciendo felizmente otros festivales en los que las restricciones originales han ido dando paso a modelos transversales, globales, heterogéneos e incluso festivos en los que la calidad se impone como principal criterio de selección más allá de la línea editorial, el pasaporte o el encaje de bolillos con los distribuidores.
Un modelo que liberaría de ataduras y abriría el festival a una sana competencia ajena a la lucha por la categoría, las premieres y demás peajes reglamentarios o subvencionables que sólo importan a sus gestores pero que nada interesan realmente al espectador, que lo que quiere siempre es ver aquí el mejor cine fuera de su alcance, venga de donde venga.
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