¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
El ensayo general de la Magna
EN mis años mozos, cuando aún valoraba que las cosas fuesen modernas, el Centro Pompidou era uno de los lugares de visita obligados para todo aquel que viajase a París y tuviese alguna neurona viva. Aquel edificio despellejado en el centro de la ciudad, que enseñaba los nervios y las tripas como un dibujo anatómico de Marcantonio della Torre, nos fascinaba a muchos y, sobre todo, nos hacía sentir parte de la corriente de la historia. Ese tipo de cosas que hoy me importan un pimiento. Pero ahí sigue el Pompidou, ajeno a mis gruñidos, repartiendo sus carnés de modernidad. De hecho, acaba de elevar la fama del sevillanísimo arquitecto Guillermo Vázquez Consuegra al adquirir para su colección seis de sus proyectos: el Jardín de Olivares (1976), la Casa y Estudio para el pintor Rolando Campos en Mairena del Aljarafe (1982), el edificio de viviendas sociales Ramón y Cajal en Sevilla (1986), el Pabellón de la Navegación para la Expo 92 (1990), las Atarazanas en sus dos variantes, Caixaforum (2012) y Centro Cultural (2015), y la Ordenación del Frente Marítimo de Vigo (1993-2004).
Guste o no, en el futuro será imposible estudiar la Sevilla de entresiglos sin tener en cuenta –aunque sea en una nota al pie– a este hombre largo y silencioso, al que algunos retratan como un mártir de la modernidad en una ciudad de catetos, pero que sus enemigos ven como un hombre soberbio y ególatra, demasiado apegado a la sombra del poder y poco delicado con el patrimonio histórico (lo que, de ser cierto, no sería en absoluto un perfil novedoso en la Historia del Arte). Es decir, que en el futuro, los que quieran estudiar a fondo y en directo los proyectos antes citados tendrán que coger el avión a París. Conclusión: Sevilla ha perdido riqueza documental. Lo diré más claramente: es como si hubiésemos dejado salir de Sevilla documentos de los proyectos de Vermondo Resta. Si esta es una absurda observación fetichista o si tiene alguna importancia en un mundo digitalizado e hiperconectado, que lo decida cada cual.
Más que dual, Sevilla es una ciudad polarizada (para usar un vocablo de moda). Y Vázquez Consuegra forma parte de ese juego. Lo estamos viendo con el culebrón de las Atarazanas, uno de esos proyectos que se eternizan debido al permanente combate entre adepistas (Adepa es la bestia negra del arquitecto) y consuegristas. El problema que tiene don Guillermo es que nadie lo pone en su verdadero lugar. Solo tiene detractores y defensores, admiradores acríticos y criticones furibundos. Y quizás merezca un análisis más sosegado y equidistante, aunque haya que irse a París para hacerlo.
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