La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La lluvia en Sevilla merece la fundación de una academia seria
la esquina
LAS acampadas del 15-M corren el riesgo de acabar como el rosario de la aurora. Es un riesgo que estaba implícito, aunque no era inexorable, en la propia condición del movimiento: un fenómeno de masas que refleja el hartazgo de un amplio sector social con la política realmente existente, pero carente en sí mismo de articulación y objetivos realizables a corto plazo.
Su misma heterogeneidad y la perentoriedad de sus reivindicaciones le ha impedido encontrar una salida viable y operativa a tanta rebeldía frente a lo establecido y tanta energía crítica que no debería desperdiciarse. ¿Modos de no derrochar la energía y la rebeldía? No se me ocurren otros que la creación de una organización política de nuevo cuño con un programa alternativo mínimo o la gestación de una plataforma ciudadana con vocación de influir, presionar e incordiar a los agentes convencionales de la vida pública.
Al no consolidarse ninguna de estas vías, el 15-M parece condenado a difuminarse como lo está haciendo. De mala manera. Más de tres semanas después de acampar en muchas capitales de España, el grueso de los indignados ha sufrido el desgaste del tiempo y la falta de perspectivas. Ninguna protesta puede ser indefinida salvo que vea avanzar mínimamente la satisfacción de las reivindicaciones que la han motivado. Los indignados, por mucho que lo estén y muchas razones que tengan para estarlo, han de regresar a sus asuntos (su trabajo, su paro, sus estudios o sus hipotecas). La excepción más notoria a esta regla de la existencia son los grupos antisistema, especialistas en conducir a la gente a callejones sin salida. Hay otra excepción: los que se han metido en las acampadas a recibir comida gratuita, beber, robar y otras actividades extravagantes. Pero una revolución es algo muy serio, distinto a un botellón.
En estas manos el 15-M sólo puede estrellarse en la impotencia y el desprestigio social, lo que a su vez lo llevará a nuevas acciones impotentes y deslegitimadoras. Las últimas expresiones de la protesta lo reflejan. Manifestarse delante del Congreso de los Diputados o del Parlamento valenciano negándoles su representatividad, aparte de vulnerar la ley, pasa por encima del hecho de que son órganos emanados de la voluntad popular que expresan todos los ciudadanos en las urnas porque no se ha hallado un método mejor de expresarla (los manifestantes, por mucho que griten, son aquí la minoría). Le llamamos democracia y sí lo es, aunque bastante imperfecta. Organizar lo mismo mañana, ante los plenos municipales que elegirán a los alcaldes, es directamente antidemocrático. Hace falta que se desprendan de cierta empanada mental: la democracia no trae la felicidad ni resuelve por sí misma los problemas. Una pena que el 15-M vaya a terminar así.
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