Notas al margen
David Fernández
El problema del PSOE-A no es el candidato, es el discurso
Dobbs v. Jackson se llama, como ya sabrán, la sentencia de la Corte Suprema norteamericana que deroga un viejo precedente judicial, Roe v. Wade, en virtud del cual, se reconocía el derecho de la mujer a interrumpir su embarazo durante las primeras semanas de gestación. Hasta esta sentencia, la viabilidad del feto, que los científicos sitúan a partir de las veintidós o veinticuatro semanas de gestación, era momento desde el cual podían considerarse constitucionales las leyes estatales que obstaculizaran el aborto. Desde Dobbs v. Jackson los Estados que quieran podrán prohibir el aborto desde la concepción, lo que incluiría la posibilidad de vetar el acceso a la denominada píldora del día después. El legislador estatal también es ahora libre para tipificar como delito la conducta de aquella mujer que decida interrumpir su embarazo, sea cual sea la circunstancia en la que esta se encuentre. No obstante, estas mujeres, si tienen recursos, siempre podrán interrumpir voluntariamente su embarazo en otro estado que sí lo permita, sin que esto implique responsabilidades penales, ya que la Constitución ampara el denominado "derecho a viajar".
Sobre lo que acabo de describir todos tenemos una opinión forjada en nuestra moral y creencias. Los juristas, igualmente, estamos obligados a soportar la angustia de aproximarnos a esta realidad, la más extrema para el derecho, intentando argumentar a través de principios de justicia que puedan ser comprendidos incluso para quienes no los comparten. En cualquier caso, yo querría hoy destacar una frase reiterada en el cuerpo de la sentencia. El derecho a abortar, suscribe la mayoría, no está "arraigado en la historia y tradición de esta Nación". Abraham Lincoln dijo haber hecho la guerra a los once estados esclavistas de la Confederación no para abolir la esclavitud sino para afirmar una Unión que no existía. La Guerra de Secesión fue una guerra por el poder constituyente, y la victoria de la Unión, el verdadero origen, ya sin pecado original, del We the People of the United States. Hoy que las costuras de esa Nación se abren y el clima de guerra civil líquida se extiende por sus territorios, se pregunta uno si esa historia y tradición común de la Nación norteamericana no es sino la ficción que ha velado durante un fértil tiempo la existencia de memorias nunca reconciliadas y de un pueblo siempre sin hacer. Ficción sublime, en cualquier caso, esa que nos dio a John Ford, a Marilyn y a Muhammad Ali.
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