José / Ignacio Rufino

Abengoa: subir, bajar, reconvertir

el poliedro

Fitch aseguró que la deuda era el doble de la reconocida, y así desencadenó un proceso de cambio corporativo sin retorno

26 de septiembre 2015 - 01:00

LOS hechos se difundieron sobre las 2 de la madrugada. Los periodistas se desayunaron con ellos ya el jueves temprano, y así la información se fue agregando a las ediciones digitales poco a poco durante esa mañana, y sólo el viernes con amplio despliegue en papel y web. Pero algunos no tuvimos noticia de la asunción bancaria de Abengoa hasta la hora del almuerzo, cuando, en mi caso, frené para no llevarme por delante a un catedrático de Física Teórica, que saliendo del campus cruzaba corriendo el carril-bici para coger un autobús de línea, ya de vuelta a casa (en esta profesión nos desplazamos de cualquier manera, ya ven). "Debes explicar lo de Abengoa clarito para los que no entendemos", reclamó. "Claro, claro, ¡adiós!", dije por decir, prosiguiendo la marcha.

"Ha sucedido ya", pensé, "casi un año ha tardado" (en noviembre de 2014 Fitch aseguró que la deuda de Abengoa era el doble que la reconocida en sus balances). No había que ser un perspicaz analista para haber musitado un "se veía venir": muchos lo han hecho ayer acerca de la caída de Abengoa con red bancaria, aunque la cuestiones corporativas más allá de la hostelería no llaman la atención de la mayor parte de la población de estas latitudes. Por mucho se trate de una compañía (¡andaluza!) de bandera, innovadora y en la élite innovadora, que emplea -no siempre con calidad- a 3.000 personas en una ciudad campeona del paro y el empleo precario; en total a 27.000 profesionales más en 80 países, en actividades diversas como la energía tradicional y la renovable, el negocio del medioambiente, la ingeniería, la construcción, las concesiones o los servicios avanzados. Liderando sectores que fueron estrellas -y ahora son dilema- en Estados Unidos, donde cotiza en la bolsa de valores puntera del globo, el Nasdaq sito Manhattan; presente y pujante en Holanda y Francia, en toda Latinoamérica. Y por supuesto en España, donde Abengoa tiene no pocas joyas empresariales. Solares corporativos de la familia, de rancio abolengo y valor, que en parte deberá ahora vender para tirar para adelante.

Arriba han leído "asunción bancaria de Abengoa". Asunción: de asumir, de pasar a controlar. Pero bien pudiera cambiarse el verbo asumir por intervenir o rescatar: de forma análoga a los rescates financieros de países recientemente realizados en la Unión Europea -España incluida, aunque de forma light- inyectar los fondos suficientes para salvar a la compañía a cambio de lo que se da en llamar "condicionalidad" por parte del rescatador es, sí, un rescate. Y es para bien, o para evitar el mal sin retorno. Para redefinir estratégicamente y directivamente a una compañía que acometió una arrojada diversificación hacia negocios y territorios que no han sido tan rentables como cantaban los planes de negocio. Para ajustar financieramente su patrimonio desequilibrado, o sea, con más deudas que las reconocidas y menos expectativas de ingresos; con retornos de inversiones menores que los planificados. Para realizar una operación acordeón que cubra agujeros y obliga a la metamorfosis sensata. Para "enfocarse" y "especializarse": léase adelgazar la estructura, la dimensión operativa, las unidades de negocio, la cifra de ventas, y no digamos su valor, se mida con la capitalización bursátil o concualquier otro indicador al uso. Abengoa deja de ser familiar, quizá por haber sido demasiado familiar en la gobernanza pero a la vez volando rutilante en el proceloso mercado global, donde no hay ya redes públicas donde caer sin descalabrarse, ni patadas a seguir que pagan bancos afectos. Los bancos afectos existen, pero toman el control. Intervienen el Consejo dejando a la familia en minoría, patrimonialmente capitidisminuida y sin artefactos accionariales extraños en la manga de la Junta General.

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