La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La bulla de la Avenida en la Navidad de Sevilla
Fuese una casualidad o no, el 22 de diciembre de 2021 la sindicatura Abengoashares, el primer accionista de Abengoa al aglutinar los derechos de votos de más de 3.000 partícipes y representar más del 21% del capital social, logró copar un consejo de administración de la cotizada. Y anteayer se cumplía el primer aniversario del espejismo de que estos accionistas, entonces agrupados en una plataforma pero sin sindicar sus títulos ante la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV), hubiesen logrado ese hito.
Ciertamente, en la junta general celebrada el mismo día un año antes sus votos eligieron a tres representantes para el consejo propuestos por ellos, pero de inmediato, dos de los miembros, Juan Pablo López-Bravo y Margarida de la Riva Smith, les traicionaron, se alinearon con la tesis del presidente destituido un mes antes, Gonzalo Urquijo, y no tomaron ninguna de las decisiones previstas -entre ellas cooptar a Clemente Fernández para que presidiese la compañía-, sino que siguieron adelante con los planes para seguir reestructurando financieramente la cotizada, eufemismo que esconde un autorrescate por parte de un selecto grupo de acreedores, formado por bancos y fondos de cobertura, que han logrado incluso reducir en dos tercios las quitas que hicieron en 2016, tal como hemos demostrado documentalmente en las informaciones publicadas en este diario.
En este año, desastroso para la compañía, ha habido varios hitos fundamentales. El primero y fundamental, la solicitud innecesaria, al existir una moratoria, de un concurso voluntario de acreedores por parte de los administradores que habían traicionado al capital cuando estaban virtualmente destituidos, con el único fin de parar y retrasar su remoción. Poner a la matriz en concurso ha tenido graves consecuencias: deterioro acelerado de la filial operativa, Abenewco 1, éxodo de talento que se va a otras compañías y mantenimiento de los planes de los acreedores, ahora bajo la dirección de la administración concursal y articulada como una oferta de venta de los activos y negocios.
Un año, en fin, totalmente perdido. Y lo que es peor, probablemente crucial para que la empresa zombi que es Abengoa hoy por hoy no tenga apenas opciones de sobrevivir. La única esperanza radica en que el Gobierno, al que se le pide que ponga más dinero que el comisionista estadounidense que oferta, opte por un rescate que dé garantías de mantenimiento de la actividad, a ser posible con un socio industrial, y contando con los más perjudicados en todo este proceso: trabajadores y accionistas.
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