Monticello
Víctor J. Vázquez
El auxilio de los fantasmas
Azul Klein
Fiel a su fama de enfant terrible, el director Abel Ferrara prefiere interpelar al periodista antes que responderle "porque muchas veces me hacen preguntas que llevan ya implícita la respuesta". Así que, recién llegado por primera vez a Sevilla, demanda saber si se han visto sus cuatro últimos documentales y qué nos parece Dolor y gloria de Pedro Almodóvar, película con la que su nuevo largometraje, Tommaso, estrenado en el Festival de Cine de Sevilla, comparte ciertas reflexiones sobre la soledad del creador y el modo en que las historias personales, ansiedades y adicciones permean las ficciones.
Resulta curioso encontrar tras el egotismo propio de una leyenda viva del cine del siglo XX al creador que comparte en cada película, como si se tratara de un sacramento, sus obsesiones espirituales y su conciencia atormentada. En mitad de una entrevista Abel Ferrara no tiene problemas en responder la videollamada de un amigo actor que está en Los Ángeles y se acuerda de él o de levantarse y dejar a su interlocutor con la pregunta por hacer porque necesita aire fresco. Ferrara comenzó su carrera asumiendo papeles de actor para sacar adelante sus trabajos y la máscara todavía se ajusta bien al carácter de alguien que parece exageradamente tímido y recurre a ella con más frecuencia de la que a su entrevistadora le gustaría. Pero si el objetivo era hacernos reflexionar y revisar su cine, y confirmar que sigue siendo uno de los grandes maestros de la filmografía italoamericana, lo ha logrado. Tommaso se fue del certamen que dirige José Luis Cienfuegos sin un puesto en el palmarés pero su lacerante belleza sirvió también para confirmar que Ferrara sigue avanzando el cine del futuro con los medios de que dispone y que ha sabido rodearse de gente tan interesante en Italia como el guionista Maurizio Braucci, con quien trabajó en Pasolini y en su documental sobre el Padre Pío, y que coescribe con Pietro Marcello Martin Eden, la película que se llevó el Giraldillo de Oro del festival. "Seguiré rodando aunque sea con el teléfono móvil", insiste Ferrara. Imagino la conmoción cuando apareció en la tienda solicitando una funda para su Iphone 6 y, después de reconocer al autor de Teniente corrupto, los empleados sevillanos le dijeron que su teléfono estaba obsoleto y que ya no se vendían. "Usted tiene una versión inferior, cómo se nota que los periodistas cobran aún peor que los cineastas", dice burlón mientras mira el Iphone SE ya descatalogado con el que intento grabar sus palabras. A sus 68 años, y después de hacerse varios selfies con los Compadres tras la lectura del palmarés, Abel Ferrara tal vez no ha logrado convencernos de las bondades que la meditación tiene en su vida budista pero sí de que la pasión que pone en su obra ha ensanchado nuestras miradas y experiencia audiovisual.
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