La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La lluvia en Sevilla merece la fundación de una academia seria
Hasta quienes no sabemos de fútbol ni quién es el tío de negro que toca el silbato, asistimos en estos días, embelesados, al pepinazo por la escuadra en una órbita preciosa y a la belleza de palisandro del muchacho Lamine, que sonríe con una inocencia que pulveriza todo lo malo de este puñetero mundo. Hasta aquí mi particular Oda a Platko. Últimamente hay futbolistas –gremio al que no le adorna precisamente el don de la palabra– que en la elocuencia de sus gestos y declaraciones están mostrando mucha dignidad y categoría. Buen ejemplo para jóvenes y mayores.
Uno de esos gestos ha sido el 304 que el goleador hace con los dedos tras marcar, con el que entrega y comparte su éxito con la gente de su barrio. Qué orgullo. Normal que en Rocafonda no quepan en el pellejo. De estas verdaderas patrias –Rilke nos guiña en esta frase– sabemos tela en estos lares. Lo pienso sonriéndome, mientras caigo en la cuenta de que el bar donde hoy me estoy tomando el botellín del mediodía se llama El Zero 10. Tampoco este código necesita para ustedes mayor presentación. Lo he visto también en camisetas, como en camisetas también vi, en cierta ocasión, una serigrafía que rezaba “Soy de la calle Santa Cecilia”. A eso lo llamo yo concretar. Hay barrios, como el referido, donde el orgullo de pertenencia se reparte hasta por calles. Mas esto no es exclusivo del arrabal, y por supuesto va más allá del postureo o la moda. También conozco la emoción y el orgullo de “mi Polígono Norte” (Daniel Mata dixit), de mis amigas de Alcosa, de las gentes de Rochelambert, por supuesto de ser de la Feria o de San Lorenzo, de Pino Montano, El Cerro, de la Bellavista a la que canta Juan Murube, de las Tres Mil desde las que retransmite Manuel Jiménez… Se trata, no pocas veces, de un orgullo forjado en la lucha vecinal, en la crítica o en el empuje para un cambio de paradigma: desde la reinvención de Heliópolis a Sevilla Este, pasando por las Letanías literalmente a dos velas (la culpa, qué cosas, siempre es de otro, pero quienes padecen los cortes también son siempre los mismos). Hablo de vecinas y vecinos de muchos barrios de Sevilla que han defendido su centro de salud, su club de lectura en la biblioteca o que se movilizaron para que su parque no lo atravesara la autovía.
Como cualquier otro patrioterismo, aborrezco de esa suerte de supremacismo de barrio del que espeta con desprecio: “Lo siento, miarma, pero no todo el mundo puede ser de aquí”. Risible lebensraum de bolsillo. El orgullo 304, o de cualquier otro código, si no estuviera asentado en la defensa de lo que es común, en la convivencia, y no sólo en la memoria sino también en el sueño de lo que podrá llegar a ser el vecindario, ¿para qué serviría?
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