Carlos Navarro Antolín
La pascua de los idiotas
HABLÉ en varias ocasiones con mi padre sobre la noche del 23-F en Sevilla. Él había sido testigo privilegiado de los hechos, ya que estaba destinado en la Capitanía General de Sevilla, entonces cuartel general de la II Región Militar, mandada por el teniente general Pedro Merry Gordon.
Eran charlas distendidas, normalmente en verano, en el porche de la casa de El Puerto, tomando una copa. No me cabe ninguna duda de que todo lo que me decía mi padre era verdad. En primer lugar porque nunca mentía. Si no quería contarte algo te lo decía directamente, mirándote a los ojos. Y punto final. En segundo lugar porque no tenía nada que ganar ni perder. En aquellos tiempos ya estaba retirado del Ejército desde hacía muchos años y el 23-F sonaba casi igual de lejano que la Vicalvarada. No eran los tiempos de crispación de la actualidad, donde se está utilizando la historia para levantar muros. Además, mi padre era una persona con pocos intereses personales. Quería al Ejército y a su familia y el resto, empezando por la opinión que otros pudiesen tener de él, solía importarle un bledo.
En más de una ocasión le pregunté por la leyenda, tantas veces repetida por periodistas y pseudoinvestigadores, de que Merry Gordon, uno de los jefes con más peso en las Fuerzas Armadas de aquella época, estaba bebido la noche del golpe de Estado. Este cuento cuadra perfectamente con el estereotipo de generalote borrachín que tanto éxito tiene en ciertos ambientes.
La repuesta de mi padre siempre fue la misma: Merry Gordon estuvo en todo momento sereno y lúcido, sin dar ninguna muestra de haberse tomado una sola copa. Lo decía quien había hablado varias veces con el teniente general durante aquella tensa noche. En un momento dado, Merry Gordon convocó una reunión con todos los oficiales de la entonces llamada escala superior (los que habían estudiado en la Academia Militar de Zaragoza). Allí, les comunicó qué iban a hacer: esperarían a que el Rey hablase en la televisión y cumplirían estrictamente sus órdenes. Todo el mundo se cuadró. Sé que es una escena menos literaria que la del general bebido dando cambayás mientras la democracia peligraba, pero es lo que ocurrió.
Si cuento esto hoy, cuando se cumplen 43 años del golpe es, quizá, por evocar aquellas veladas que ya son humo, pero sobre todo para intentar aportar un poco de luz a una anécdota muy concreta del 23-F. También, por supuesto, para ayudar a desmontar un mito que afecta al recuerdo de una persona.
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