15 de marzo 2025 - 03:08

Con motivo del Día Mundial de la Radio, mi admirado Antonio Cattoni expresó por las ondas que la “radio es la vida que pasa”. Y tan poética y acertada definición me evocó también el préstamo para definir la Cofradía. Porque es eso: la vida que pasa. Y nos reencuentra. Y nos trae fundida la memoria con un presente que hace cada instante único y distinto. Nuestra circunstancia vital, la casa, el barrio, las calles no son las mismas fundidas en esa ofrenda a la ciudad que es una cofradía cuando pasa.

Su vitalidad, la irrupción de la emoción que nos provoca tiene todo o mucho que ver con el mapa sentimental de la ciudad, con el juego laberíntico de sus calles, con el amanecer sucesivo de la irrupción de luz y alegría en su collación o barrio. Soy de los que creo más hermoso –siendo como es su sentido la estación a la Catedral– su abrazo de recogida en el barrio. Entre los suyos. Esa intimidad algo cansada y recuperada al final de su procesión. La arquitectura efímera que es una cofradía –patrimonio inmaterial– se funde con las miradas que la esperan y los balcones abiertos a la vida ante sí que pasa. En un planteamiento de mayor estaticidad colectiva, pueden ganar por aquello tan gastado del “marco incomparable” pero a igual proporción, pierden en emotividad. Cada una es un mundo propio y distinto.

Por la edad, reconozco que vivo sin vivir en mí en una suerte de crisis de realidad. Algunas cosas no las comprendo y pienso que es necesario el sentido de lo razonable y el de la medida. Llegado a este punto, me salva la reflexión de mi amiga del alma en mi Hermandad: “hay cosas de (esta) Semana Santa que no me gustan, pero es la de mis hijas”. Ahí está: la razón del amor que le tenemos. Por estar anudada nuestra vida a ella, no quisiera en absoluto derivar en una especie de triste Mr. Scrooge al modo cuaresmal. Ver la emoción –con otros lenguajes quizás– de cualquiera de nuestros jóvenes y la primera parihuela alzándose en cualquier templo, me cura.

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