El parqué
Jaime Sicilia
Siguen las caídas
Yen todas partes! No es que me haya pasado a la crítica cinematográfica. Sería pecado mortal siquiera intentarlo en las mismas páginas que vierten su magisterio mis admirados D. Manuel J. Lombardo y D. Carlos Colón (aunque como vamos de realidades paralelas, Colón recreó una especie de multiverso cofrade en su Pregón con aquello de "plata y carey por Cuna y una cara en la Campana").
Pero sí. Los Oscar han premiado una inquietante película sobre mundos paralelos, multiversos y demás. ¿Y qué es la Semana Santa sino un gran multiverso en que todo ocurre a la vez y en todas partes? Una ciudad entera, enamorada y entregada a la primavera, que celebra su amor por la vida alfombrando de azul inigualable su cielo; vistiendo las mejores galas de sus azahares y creando una luz única e irrepetible. Una ciudad con millones de rincones: mientras en uno llora junto a una Magdalena a los pies de una Cruz, en otro celebra nuestra misma existencia en el rebufo de un palio que se aleja, como la vida se nos escapa entre los dedos de esa semana. Todo a la vez y nosotros que no llegamos a nada.
La bulla y la calles como obstáculos que vencer para llegar al sueño de oír (sí, sí, un año más pero nunca es igual) unas monjas cantando a la Virgen. La prisa por ver ese balcón y esa saeta. El paso de las horas de cera, que son gotas de alma y de luz horadando la piel de la ciudad, dejando nuestra propia huella. O las horas largas para ese nazareno aferrado al cirio de su promesa, las mismas horas, en cambio cortas, para ese chaval que se estrena en la vida viendo pasos, viviendo sus primeros amores y que siente que la tarde se le queda corta. Fe, oraciones, devoción, alegrías, tristeza, emoción, nostalgia, reencuentros, ausencias, promesas, música, silencio, añoranza, ilusión, penitencia y reconciliación. Todo ya vivido y todo por estrenar. Todo a la vez en todas partes.
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