Salud sin fronteras
La IA y la humanización
Estos días en los que se mezclan la añoranza con la ilusión de lo nuevo, la memoria que es selectiva, logra difuminar aquello que nos produjo daño y actúa como bálsamo dulcificando el dolor que nos dejó este luto impuesto. Con el tiempo de aliado se logra aflorar, como el azahar en primavera, recuerdos amables evocados por la lectura de algún pasaje hermoso o por la escucha de una nota musical vinculada a un instante concreto.
Estas tardes en las que empieza a extenderse la alfombra de la luz, el verso de Su nombre nos lleva a pasear por el recuerdo de un pasado sin aristas, sin saber con claridad qué lo provocó ni dónde fue escuchado. Beber la palabra dulce minimiza el impacto de un silencio desgarrador que duraba demasiado, disipa la oscuridad de las eternas noches sin luz de luna y la del aquel infierno tan temido que provocó un enemigo sin cuerpo.
El recorrido del escrito dibuja en la mente la imponente imagen del Crucificado que nos traslada a ese cielo prometido, a aquel que rezaba el santo escritor al que hacemos suya la belleza de un soneto declamado sin necesidad de labios que lo pronuncien.
Evocarlo es sentir cercana la verdad de Su promesa y gozar la rima de amor que ha de sonar dentro de nosotros como la alegría del bullicio de los niños que acompañarán al Dios inerte, que sentimos lleno de vida en nuestros corazones deseosos de júbilo.
Es el momento de forzar el recuerdo de tardes de luz y sonrisas descubiertas. Hay que saber leer en la poesía nuestra historia escrita con emoción. Volver a emerger la esperanza y la fe, puras e intensas como el poema. Dejar escapar entre los dedos la arena pasada para descubrir la verdad de la Cruz a la que aferrarnos como lo hace el niño a la mano del padre.
El valor de la memoria en positivo es infinito, al igual que los estímulos que la provoca. Dejemos que nos seque las lágrimas por lo que perdimos y aspiremos profundo el aire fresco y renovado de un tiempo nuevo.
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