06 de julio 2024 - 03:11

Gracias a los turistas España regresó al mundo. Pero todo lo bueno que tenemos ahora parece jugar en nuestra contra de saturación, gente por todas partes y precios disparados sobre el sentido común. Nos está saliendo todo demasiado caro incluso a los que salen ganando. Ese mismo turismo multiplicado que ahora nos arrincona fue el que nos hizo abrirnos afuera.

España, cantera de emigrantes, era hogar de visitantes. Nuestros veranos eternos, noches infinitas. El alcohol como ganga social. En tiempos de desarrollo los que venían llegaban para descubrir y con los años, para quedarse. Los que vienen ahora vienen sobre todo, ruidosos, a confirmar lo que les dice la pantalla del móvil y algún algoritmo prescriptor. A avasallar por saturación. A reproducir el vídeo ajeno. Es lo que también hacemos nosotros mismos.

Los atlas dejaron de tener su encanto, qué lástima. Viajar perdió el misterio de la lejanía y la incógnita. Tal vez viajamos más por desplazarnos por abuso, para escaparnos de uno mismo más que por encontrarnos. Incluso el Camino de Santiago ha adquirido rango de romería. Hace cuatro décadas la cifra de los que hacían la ruta jacobea en un año es casi la misma que los peregrinos que llegan al Obradoiro en un día de vacaciones de veranos.

Las programaciones estivales de tiempos más encajonados se llenaban de cocoteros de plástico y cantantes en playback con Murcia, qué hermosa eres, por ejemplo, de fondo. Y todo parecía exótico. Daban ganas de escapar. Ahora no se puede huir a ninguna parte, no hay puntos de fuga.

Los únicos que están en una playa pasándolo mal son los de Supervivientes (los llamados all stars, más resabiados que las vaquillas del pueblo). Sus penurias fascinan más que nunca. Demacrados, afligidos. Entre cocos podridos. La antítesis de la postal. En tiempos de post y postureo nos reconfortan de nuestro confort de piso turístico.

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