La ventana
Luis Carlos Peris
La Navidad como pata de un trípode
El primero da cada vez más miedo porque no tiene límites y hasta apoyó el asalto al Capitolio, un intento de golpe por seguir en el poder. Y el segundo infunde temor por su aparente deterioro cognitivo. Son dos octogenarios desacreditados en una rifa electoral para gobernar cuatro EEUU, y de hecho, cogobernar el mundo. Como decía nuestro admirado Manuel Vázquez Montalbán, “en las elecciones americanas debería poder votar el planeta entero, porque su resultado nos afecta directamente”.
Todo esto lo sabíamos desde hace tiempo, pero el debate entre Trump y Biden encendió las alarmas. Y en el Partido Demócrata se desató el pánico. Si a finales de julio Biden está así, en noviembre puede estar peor, y el porcentaje de los que no lo creen en condiciones de gobernar, se disparará. No es tanto una cuestión de edad, ni de dificultades para la movilidad, como de capacidad cognitiva. Biden cumplirá 82 años. Miquel Roca, padre de la Constitución, tiene 84 y el abogado Antonio Garrigues Walker cumplió 90 y, sin embargo, les confiaríamos una alta magistratura del país; es un placer escuchar su sabiduría y su cordura. Lo de Biden es un problema de salud que infunde temor porque pone el riesgo la gobernabilidad de la primera potencia mundial. El debate fue un gran escaparate para mostrar la profundidad del problema en vez de servir como catapulta a su campaña. Lo ayudó que no hubiera público en el plató para evitar risas o abucheos. También que se silenciara el micrófono al candidato que no tuviera el turno de palabra, para que Trump no lo apabullara con interrupciones e insultos. Aunque, paradójicamente, esto favoreció una imagen menos agresiva del republicano, que no dejó de mentir, como ha probado la prensa americana. “Fueron desastrosos los diez primeros minutos de Biden”, concede su equipo. Ya no pudo enmendar la percepción. Trump se recreó en la confusión ajena hasta replicar esto: “No he entendido lo que dice y creo que tampoco él lo entiende”.
Los que quieren mantenerlo como candidato, improvisaron al día siguiente en Carolina del Norte un mitin para dar una imagen más activa y menos decrépita de Biden. Pero ya es tarde. La maquinaria interna demócrata busca un repuesto de emergencia. Como durante cuatro años fue marginada, la vicepresidenta Kamala Harris no puede resucitar ahora en cuatro meses. Cómo estarán de desesperados los demócratas que se encomiendan a la idea de proponer como candidata a Michelle Obama. Hay quien reza para que esa ocurrencia se convierta en esperanzadora realidad. De modo que las semanas que faltan para la Convención Demócrata, que proclamará al candidato, serán una guerra interna feroz. Un desafío a la desesperada para encontrar a alguien que le cierre el paso en la urnas al candidato republicano, que regresaría a la Casa Blanca con tantas condenas como años tiene, y con manifiesta sed de venganza.
Agrava ese problema dramático de dos candidatos impropios para un país tan poderoso que la sociedad norteamericana viva la mayor polarización política y social de su historia. “En Estados Unidos respiramos un clima de guerra civil”, nos adelantó el ex alcalde de Los Ángeles Antonio Villaraigosa, de visita en Madrid, cuatro años atrás. Nos pareció que exageraba. Pues era una descripción acertada.
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