La ventana
Luis Carlos Peris
La nostalgia nos invadió la memoria
Sueños esféricos
Nadie nace grande. Hubo un tiempo en que el Real Madrid era uno más. Y se puso a ganar Copas de Europa, hasta cinco seguidas. Algo parecido, siempre salvando las distancias, le ha ocurrido al Sevilla. Era uno más, pero desde 2006 ha crecido más que nadie. Y ya no va a menguar. El lago de su chaparrón sin fin ya no se va a secar. La dimensión de su grandeza se refleja en detalles como ese vídeo de Rafa Nadal, deseando suerte a los sevillistas antes de la final. El club va en la línea del manacorí: entrega al límite para una épica ganadora más allá de nuestras fronteras... y un pero.
Rafael Nadal gana en París como sale el sol cada mañana, pero por más que gane, el público francés le sigue haciendo la cobra y le niega los (simbólicos) besos que merece. Y al Sevilla le ocurre algo similar. Su gesta ya es única, nadie ha ganado las seis primeras finales continentales que disputó, pero en España el personal no se rinde a tamaña conquista como la obra merece. Ni falta que le hace al club de Nervión, cuya tropa de enemigos derrotados y resentidos en los campos de batalla es la que da color al épico cuadro que pinta desde el gol de Puerta.
Sí, el Sevilla se mueve por la Europa League como Nadal se mueve por la tierra de París. O como Mick Jagger se mueve aún por los escenarios.
Mi gran amigo Javier me hizo ver ayer algo que ha pasado de puntillas desde que el árbitro holandés Makkelie dio los tres pitidos en la final: "La del Sevilla ha sido la primera y hasta ahora única alegría deportiva española tras el confinamiento".
En esta España crispada y temerosa, azorada por problemas y temores que castigan a órdenes de la vida mucho más trascendentales que el fútbol -a ver si esta semana los políticos nos dicen de una puñetera vez qué va a pasar con la educación de nuestros hijos-, la conquista del Sevilla ha sido como beber un buen vaso de agua fresca en este desierto que nos abrasa.
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