La ventana
Luis Carlos Peris
Perdidos por la ruta de los belenes
Se está preparando la mejor sucesión de vidas, la más hermosa jerarquía que la ciudad mantiene y tolera. Los diputados mayores de gobierno, que tienen a estas horas una vida en forma de preocupación, reciben de secretarios y mayordomos, en papel impreso, una curiosa manera de ordenar y ubicar por parejas a miles y miles de sevillanos. Busquen ustedes; que no encontrarán otra más eficaz que los tramos de nazarenos. Aquí tenemos cursada una singular maestría en insignias que cuentan historias, portadas por hermanos que revelan cuán cerca o lejos viene el paso que anhelamos.
Era 1690 y en Sevilla, los rosarios públicos salían en tropel y desorden. Vino Fray Isidoro en 1703 y sacó el Simpecado de la Pastora desde San Gil, tras la cruz y los faroles, y luego todos siguieron el formato. Antes, allá por 1356, o 1390 o 1448, las tres cofradías de penitencia más antiguas, en primorosa contienda de edades, dieron orden y concierto a las mareas penitentes medievales, haciendo de los tramos una forma de ejecutar la natural sucesión, una manera de ordenar la vida de los hombres y mujeres, cofrades y "cofradas" (mira qué modernos éramos). Así las cosas, Sevilla vino a organizar, de forma singular, las manifestaciones de fe, imprimiendo su sello, aquí también, en las cosas de Dios, que sólo se puede tocar cuando se besa el talón de Cristo en San Lorenzo.
"Tantos, tantos los tramos, del hombre al niño que fui". Inmortal décima del poeta Joaquín Caro, que llamó a Casellas, nuestro excelente y entregado pregonero, "Bob Dylan de Capuchinos". Cada sevillano lleva su tramo en la sangre, y cuando se lo cambian, le ponen un sello como el de las cartillas de los niños de comunión que manda poner el padre Pablo en las misas del Buen Pastor. Una huella indeleble, una etapa cerrada. Sevilla está formando los tramos de nuestras vidas, para que todos volvamos a encontrarnos con los que siguen andando a nuestra vera hasta el final de los días.
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