Manuel Campo Vidal
Por un alto el fuego en España, como en el Líbano
Tribuna Económica
El protagonismo de las grandes compañías de criptomonedas, tecnológicas y fondos de inversión en las elecciones estadounidendes se veía venir desde que hace unos meses constituyeran el grupo de presión llamado Fairshake, que en un día lanza una campaña de 10 millones de dólares contra la senadora demócrata Katie Porter, y consiguen que no salga en las primarias; Porter no era especialmente significativa en su oposición a las cripto, pero el mensaje que se dio a centenares de políticos no podía ser más claro: todo el que no esté claramente a favor del cripto-tech es un enemigo a batir, y para ello, además de lo que hagan las compañías por su cuenta, Fairshake dispone de 100 millones de dólares.
Junto a la desinformación y ataques a políticos, se dibuja un votante cripto, alineado con las ideas libertarias de esta tecnología y sus veleidades, como vimos en la conferencia de Bitcoin con Donald Trump como estrella, aunque en su etapa de presidente estaba contra la moneda virtual porque oscurecía al patriótico y simbólico dólar. Tras su derrota se vinculó a la compañía World Liberty Financial, intentando crear un votante cripto, al que se da el mensaje de que cualquier regulación va en contra de su libertad y la independencia que busca de la banca convencional; también se culpa al control público de la pérdida de competitividad tecnológica, y se vende como un ataque a la innovación y al progreso de América. “Hagamos grande de nuevo el cripto”, entra ahora en política, sin memoria de la ruina de centenares de miles de personas, ocasionados por Three Arrows Capital, Voyager, Celsius, BlockFi, Genesis, Bittrex Inc., Txibit, Bitfront, y sobre todo el colapso de FTX.
Los vaivenes de estos días en las encuestas vienen de las apuestas legales, opciones binarias sobre los candidatos, que son contratos similares a los de futuros, muchos en criptomonedas; más allá de ser un juego, apostadores interesados pueden mover las predicciones a favor de un candidato presentándolo como ganador, y lo que es peor, se prolonga después del día de las elecciones si el resultado no está claro, con la presión sobre gentes que además de ver perder a su candidato, pierden dinero. Sería ingenuo llevarse las manos a la cabeza ante estas elecciones, pues era de esperar del inmenso poder acumulado por un puñado de compañías, que les preocupe más reforzar políticamente su posición en los mercados de capitales, que la democracia norteamericana. Es complicado, pues Kamala Harris, californiana, protech, se ha apresurado a distanciarse de Biden y su celo por la regulación de las tecnológicas, entre las cuales ya hay una corriente que prefiere una persona equilibrada como Harris. De ahí también el recelo con que se ve en el sector la conducta de Elon Musk, que aunque comparte con Trump ser caprichoso y engreído, tiene una capacidad real de creación en ingeniería, frente a otro que ha destrozado la fortuna paterna y lo presenta como un éxito. Pero así es la naturaleza humana, y ante la paranoia, pérdida de sentido de la realidad y delirio de poder que se apodera de gente con esas extravagantes riquezas, resulta vano esperar algo de razón y que se negocie con políticos responsables lo que pueda haber de bueno en tecnología.
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